lunes, 27 de febrero de 2017

Derrocar a los tiranos sugiere que el gobernante ha de responder a la confianza que se le tiene.

Tomás  de Aquino
Es evidente que sería un anacronismo el pintar a santo Tomás  de Aquino haciendo declaraciones sobre el totalitarismo del siglo XX. Pero si por totalitarismo entendemos la teoría de un Estado absoluto, fuente de moral y único árbitro de lo bueno y lo malo, de la verdad y la falsedad, debemos decir que el totalitarismo es incompatible con la teoría política de santo Tomás. Es verdad que Santo Tomas a veces habla del individuo como de una “parte” de la comunidad, considerada como un “todo”, y que establece una comparación entre la subordinación de un miembro físico, un brazo, por ejemplo, a todo el cuerpo, y la subordinación de un ciudadano individual al bien de la comunidad toda. Pero ciertamente no consideró que los derechos del Estado sobre sus miembros fueran absolutos. Ya que no por otra causa, su fe en el destino sobrenatural del hombre y en la posición de la Iglesia le hubieran impedido aceptar la noción del poder absoluto del Estado. 

Pero, haciendo a un lado su fe en la misión divina e independiente de la Iglesia, su teoría de la legislación no se presta a ser usada en una teoría política totalitaria. Pues el santo consideraba que la función de la ley humana positiva era, primariamente, definir claramente y apoyar, por medio de sanciones temporales, la ley natural, cuando menos en todos los casos en que es necesario para el bien público. Por ejemplo, si tomamos el precepto del Decálogo, “No matarás”, vemos que es obviamente muy vago. ¿Qué acciones han de ser consideradas como “asesinato” y qué muertes no han de ser clasificadas como tales? Una de las funciones de la ley humana positiva, es decir, de la Ley del Estado, es definir tales conceptos tan claramente como sea posible y decretar las sanciones temporales que la ley natural no proporciona, dice Frederick Copleston. Desde luego, esto no significa que la legislación deba limitarse a definir prohibiciones que pueden ser más o menos claramente deducidas de la ley moral. 

Copleston añade que la legislación debe ser compatible con
Copleston 
la ley moral. Dado que la función de la legislación es promover el bien común, el criterio para distinguir la bondad y la maldad, dentro de la legislación, es su relación,discernida por la razón, con ese fin. Pero no se sigue que todo precepto y toda prohibición de la ley moral deban estar incorporados a la legislación; existen muchos casos en que esto no conduciría al bien público y haría más mal que bien. Empero, el Estado no está autorizado en ningún caso a aprobar una legislación que vaya en contra de la ley natural. “Toda ley humana tendrá carácter de ley en la medida en que se derive de la ley de la naturaleza; y si se aparta en un punto de la ley natural, ya no será ley, sino corrupción de la ley”, dirá Santo Tomas. Y santo Tomás exigía naturalmente de los gobernantes cristianos que respetaran la ley divina positiva, interpretada por la Iglesia. Desde este punto de vista acerca de la relación entre la ley humana positiva y la ley moral natural, se concluye que las leyes justas tienen obligatoriedad para la conciencia. Por otra parte, las leyes injustas no la tienen. 
Legislador


Santo Tomás afirma que una ley es injusta cuando impone cargas a los ciudadanos, no para el bien común, sino para satisfacer la avaricia o la ambición del legislador; si al establecer la ley, el legislador va más allá de sus poderes; o si se imponen cargas (impuestos, por ejemplo) en forma injusta y desproporcionada. “Tales leyes son más bien violencias por eso no obligan en el foro de la conciencia, si no es para evitar el escándalo y el desorden” manifiesta Santo Tomas. Las leyes también pueden ser injustas por contravenir la ley divina positiva, y “nunca es lícito observar estas leyes”. Por lo que respecta a aquellos que persisten en promulgar leyes injustas, se trata de “tiranos”, y los gobernantes de este tipo pueden ser legítimamente derrocados, ya que son culpables de abusar
Tiranos del siglo XX
de su posición y de su poder, a menos que haya razón para creer que la rebelión daría como resultado un estado de cosas tan malo como el que se trataba de remediar. La opinión de que es legítimo derrocar a los tiranos sugiere que el gobernante ha de responder a la confianza que se le tiene y no puede abusar de ella.

las leyes justas tienen obligatoriedad para la conciencia. Por otra parte, las leyes injustas no la tienen. 

una ley es injusta cuando impone cargas a los ciudadanos, no para el bien común, sino para satisfacer la avaricia o la ambición del legislador

Las leyes también pueden ser injustas por contravenir la ley divina positiva, y “nunca es lícito observar estas leyes”.

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