jueves, 23 de abril de 2020

Cuando mamá juzga más fácil lanzarnos a la batalla del bien y del mal




Escribe Manuel J. Smith en su libro “Cuando digo no, me siento culpable” que al enseñarnos a vincular conceptos emocionalmente cargados como bueno y malo a nuestras menores acciones, la madre pretende negar que tenga la menor responsabilidad en el hecho de obligarnos a hacer lo que ella quiere que hagamos, como, por ejemplo, proceder a la limpieza de nuestro cuarto. El efecto que obra en el niño el empleo de ciertos conceptos “cargados” como bueno, malo, bien hecho, mal hecho, para controlar lo que hace viene a ser lo mismo que si su madre le dijera: “No me pongas mala cara. No soy yo quien quiere que ordenes tu cuarto. Es Dios quien lo quiere”. Al emplear calificaciones de bueno o malo para controlar nuestro comportamiento, mamá se lava las manos de toda responsabilidad por el hecho de obligarnos a hacer algo. Mediante declaraciones externas sobre lo que está bien y lo que no está bien, declaraciones que nada tienen que ver con nuestra interacción con ella, nuestra madre achaca la culpa de la incomodidad que representa para nosotros tener que hacer lo que ella quiere, a cierta autoridad externa que fue la que instituyó las normas que debemos acatar. Esta manera de regular el comportamiento, es decir, con la fórmula de doble filo “Te has portado bien o mal”, es muy eficaz, ciertamente, pero es una manipulación, un control solapado por debajo de la mesa, y no una interacción honrada en la que mamá nos exponga de manera asertiva, por su propia autoridad, qué desea que hagamos, ella y no un tercero desconocido, imaginario e impersonal, y se aferre a su voluntad. Mamá juzga más fácil lanzarnos a la batalla del bien y del mal con Dios, con el gobierno, con el departamento de saneamiento y seguridad, con el anciano de la barba blanca, con el jefe de policía o cualquier figura o institución que nuestra imaginación infantil considere como la que decide qué es lo que está bien y qué es lo que está mal. Mamá raramente nos dice: “Gracias, me haces muy feliz cuando ordenas tu cuarto”, o “ya sé que debe de fastidiarte mucho tener que ordenar de nuevo tu cuarto, pero eso es exactamente lo que deseo que hagas”. Con frases como esas, mamá nos enseña que lo que cualquier madre desea es importante simplemente porque lo desea ella. Y esa es la verdad. Nos enseña que solo ella, y nadie más que ella, controla nuestro comportamiento. Y eso también es verdad. No se nos induce a sentirnos ansiosos, o culpables o indignos de ser amados porque no nos gusta lo que mamá quiere. No se nos enseña que lo que mamá quiere es bueno y lo que no le gusta es malo.

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