jueves, 6 de febrero de 2020

La meta de la escolarización es que el niño se convierta en un adulto maduro, racional, culto y responsable



La meta de la escolarización es que el niño se convierta en un adulto maduro, racional, culto y responsable. Para llegar a esto, dice la exasesora del Ministerio de Educación de Suecia Inger Enkvist, debe acostumbrársele a buscar la verdad y a fundar su pensamiento en argumentos. Ya que generalmente el alumno aprende mucho por imitación, el maestro es para él una influencia moral e intelectual de primer orden. Por eso, incluso se podría decir que el maestro debe ser digno de admiración. No sólo por sus conocimientos, sino también por su entrega a la enseñanza, su imparcialidad y su justicia. Se hablaba antes de vocación al magisterio; hoy sigue habiendo necesidad de que el maestro sepa anteponer las necesidades de los alumnos a las suyas propias. Si el maestro no presenta ninguna característica sobresaliente, dice Enkvist, lo que trasmitirá será la mediocridad y el alumno sacará la conclusión de que el mundo del conocimiento no es muy interesante.



Las notas, por su parte, son una recompensa al trabajo hecho. En muchos países, manifiesta Inger Enkvist, se discute si el efecto de las notas es más negativo que positivo. Negativo sería si las notas produjeran estrés o desataran una desmedida competencia entre compañeros, pero lo positivo estriba en que constituyen una gratificación, un reconocimiento al trabajo bien hecho o un recordatorio de que el alumno hubiera podido trabajar mejor. Los que se pronuncian en contra de las notas suelen preferir hablar de trabajo escolar en vez de aprendizaje; prefieren lo cuantitativo en el sentido de ver el trabajo como algo concreto, una serie de hojas rellenadas, en vez de considerar otras implicaciones más sutiles, cualitativas y abstractas. Pero el aprendizaje escolar es eso, cualitativo y abstracto. No hay otro aprendizaje fuera del que se realice en el cerebro de cada alumno. Por eso, algunas escuelas otorgan premios a la excelencia al final del año escolar; la existencia de un premio puede motivar a los jóvenes a esforzarse más porque los factores psicológicos influyen poderosamente a esa edad. Es típico de la adolescencia el querer probarse, sobresalir y superarse.

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