domingo, 2 de febrero de 2020

Deténgase la creencia en Dios y en la inmortalidad, sustitúyase la fe por la razón, y el egoísmo se convertirá en la única regla sensata


Zygmunt Bauman escribe que “Iván, el más intelectual de Los hermanos Karamazov de Fiodor Dostoievski, sabía lo difícil que es vivir con conciencia de la eternidad, pero también sabía lo difícil que resulta ser humano sin ella. Según otro personaje de la misma novela, Rakitin, Iván afirmaba que el amor iba en contra de la naturaleza y, si acaecía y seguía acaeciendo entre los seres humanos, era únicamente gracias a la creencia de los humanos en su propia inmortalidad. Una vez que el ser humano pierda esa fe, “se secará en él enseguida no sólo el amor, sino, además, toda fuerza viva para continuar la existencia terrena. Más aún, entonces ya nada será inmoral, todo estará permitido, hasta la antropofagia”. Deténgase la creencia en Dios y en la inmortalidad, sustitúyase la fe por la razón, y el egoísmo se convertirá en la única regla sensata. “No hay virtud si no hay inmortalidad”, admite Iván cuando se le insta a revelar sus convicciones. Del propio Rakitin, el hermano de Iván, Dimitri, cuenta que, en su opinión, “a un hombre inteligente todo le está permitido”. “¡La química, hermano, la química! No hay nada que hacer, reverendo, apártese un poco, ¡la química pasa!”. Lo que sucederá una vez que todos los seres humanos se deshagan de Dios y de la eternidad es que el hombre se concentrará en “exprimir de la vida cuanto esta pueda dar, pero sólo para alcanzar la felicidad y la alegría en este mundo”. Por entonces el ser humano llegará a ser él mismo “el hombre-dios”, imbuido de un espíritu divino y de “un orgullo titánico”. El conocimiento de que la vida no es sino un momento efímero, de que no se ofrece una segunda oportunidad, cambiará la naturaleza del amor. El amor no tendrá tiempo de acampar. Lo que pierda en duración lo ganará en intensidad. Arderá de manera más deslumbrante que nunca, consciente de hallarse condenado a ser vivido y agotado en un solo instante y hasta el fondo, en lugar de propagarse insulsa y discretamente, como antes, por la eternidad y la vida inmortal del alma… Reparemos en que es Satanás quien habla para variar, cuando visita a Iván en su pesadilla. ¿Pesadilla? ¿Por qué pesadilla? Porque se necesitarán milenios para que la humanidad entera se ponga al tanto y alcance la sagacidad, hasta ahora sólo en posesión de Satanás y de los pocos sabios… Mientras que el resto de la humanidad continuará sumida en sus supersticiones y atravesando a tientas los oscuros corredores de la eternidad, esos pocos ilustrados llegarán a ser dioses; no como los dioses inmortales entre los mortales, sino como dioses libres en el mundo de esclavos. Y es que “¡Para Dios, la ley no existe! ¡Dónde esté Dios, el lugar ya es divino! Donde esté yo, aquel será al instante el primer lugar. “Todo está permitido”, ¡y basta!”. Tal vez exista un paraíso de amor apasionado esperando al final del camino hacia la sabiduría racional, pero puede llevar milenios recorrer ese camino. Y, mientras tanto, mientras se recorre kilómetro a kilómetro, año tras año, el infierno”.

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