lunes, 10 de febrero de 2020

En la economía feudal todo lo terreno era creación de Dios y solo El podía disponer de ello



La noción feudal de las relaciones de propiedad era totalmente diferente de la actual. En la economía feudal, escribe Jeremy Rifkin todo lo terreno era creación de Dios y solo él podía disponer de ello. A su vez, la creación de Dios se concebía como una jerarquía de responsabilidades establecida con rigidez que iba desde los seres más insignificantes hasta los ángeles del cielo. En esta escala espiritual cada ser debía servir a quienes tenía por encima y por debajo de acuerdo con unas obligaciones para garantizar el funcionamiento adecuado de la creación como un todo. En este marco teológico, la propiedad se concebía como una serie de tutelas o custodias bajo una administración piramidal que abarcaba desde el trono celestial hasta los campesinos que trabajaban las tierras comunales. La propiedad no era exclusiva de nadie y se repartía en esferas de responsabilidad de acuerdo con un código fijo de obligaciones. Según Richard Schlatter, historiador de Harvard, “no se podía decir que nadie poseyera tierras; todo el mundo, desde el rey hasta los arrendatarios, los subarrendatarios y los campesinos que las trabajaban, tenían cierto dominio sobre ellas, pero nadie las poseía por completo”. La economía feudal duró más de 700 años prácticamente sin cambios. Pero hacia el siglo XVI unas fuerzas económicas nuevas empezaron a socavar el orden feudal. Las tierras comunales se cercaron y se transformaron en una propiedad privada. Jeremy Rifkin dice que el movimiento de cercamiento o acotamiento, es considerado por muchos historiadores como “la revolución de los ricos contra los pobres”. 



Cuenta Jeremy Rifkin como una industria textil incipiente encareció el precio de la lana e hizo que fuera más rentable acotar las tierras comunales para dedicarlas a la cría de ganado lanar. Mientras la gente pasaba hambre, a las ovejas no les faltaba alimento para surtir de lana a las fábricas textiles que se iban extendiendo por el continente europeo. Tomás Moro captó el amargo espíritu de la época en Utopía, un ataque mordaz a la codicia de los terratenientes: “Vuestras ovejas, que tan mansas eran y que solían alimentarse con tan poco, han comenzado a mostrarse ahora, según se cuenta, de tal modo voraces e indómitas que se comen a los propios hombres y devastan y arrasan las casas, los campos y las aldeas”.

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