domingo, 23 de febrero de 2020

Como quieren ser lo que no son, acaban no queriendo ser nada

Kierkegaard
Para Kierkegaard, la contradicción que algunas personas no pueden soportar es que la verdadera autonomía humana tiene su fundamento en la dependencia de Dios; una dependencia que, como cualquier otra forma de incuestionabilidad o constreñimiento, determinación o necesidad, para esos arrogantes espíritus libertarios no es más que un obstáculo intolerable. No pueden aceptar el hecho de que no nos pertenecemos a nosotros mismos y que sólo sobre esta base puede florecer una identidad auténtica. No obstante, los individuos sumidos en esta situación son incapaces de eludir por completo sus yoes verdaderos o eternos, un hecho que, para Kierkegaard, genera una forma distinta de desesperanza. Como quieren ser lo que no son, acaban no queriendo ser nada. Lo que ansían es la muerte; pero en la perspectiva de Kierkegaard la muerte no es posible, pues el núcleo del yo es eterno. La muerte es esperanza para el creyente, pero el infierno para quienes desesperan. “Lo irreparable de la desesperanza, escribe Kierkegaard, es que ha desaparecido incluso la última esperanza, la muerte”. Llevado al extremo, este deseo apremiante de abandonar la vida toma una forma demoníaca. Es la condición de quienes se rebelan contra el mero hecho de la vida, asqueados por el escándalo de que exista algo y por eso se rebelan contra lo que santo Tomás de Aquino veía como la bondad inherente del Ser. Estos demoníacos, dice Terry Eagleton, son cínicos y nihilistas para quienes la noción misma de significado es una ofensa; la idea de valor, fallida y fraudulenta. Dominados por una hosca furia contra el mundo, se comportan como niños resentidos, desencantados con sus imperfectos padres. No obstante, aunque anhelan la aniquilación, también se esfuerzan por permanecer vivos para escupir en los ojos de Dios y rascarse la nariz ante la ridícula futilidad de su Creación, de la que ellos mismos constituyen uno de sus ejemplos más palmarios. Esta perversa forma de desesperanza, comenta Kierkegaard, ni siquiera quiere desligarse con insolencia del poder que la ha creado,es decir, Dios; por despecho, quiere acosar a ese poder, importunarlo, aferrarse a él con malicia… Rebelándose contra toda existencia cree que ha obtenido una prueba contra la existencia, contra su bondad. Quien está desesperado piensa que él mismo es esa prueba y esto es lo que quiere ser; esta es la razón de que quiera ser él mismo, ser él mismo en su agonía, a fin de protestar con esta agonía contra toda existencia. En una palabra, el consuelo sería la ruina de los condenados. Es su afán de venganza,lo que les mantiene vivos. Los condenados se aferran a su tormento como un niño a su manta, exultantes en su agonía, desprecian todo ofrecimiento de salvación.

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