lunes, 1 de enero de 2018

Superar la autorreferencialidad del yo.

Agustín es bautizado por el obispo Ambrosio
El catedrático de filosofía Manuel Cruz Rodríguez cuenta que el retraso en recibir el bautismo San Agustín no se debió a que no comprendiera la excelencia de la castidad predicada por la Iglesia católica, sino a la dificultad que le representaba practicarla. Una dificultad que era vivida por el propio Agustín como una auténtica condena (cuando no como una fatalidad). En realidad, los problemas que le plantea su lujuria evocan lo que los griegos llamaban akrasia, o debilidad de la voluntad. Efectivamente, a pesar de desear de manera ferviente liberarse de las cadenas de la carne, Agustín se declaraba impotente para superar las tentaciones. El Enemigo, según propia expresión, se había apropiado de su voluntad, de la perversión de la voluntad había nacido la lujuria y de la lujuria la costumbre, y la costumbre, ante la que había cedido, había creado en él una especie de necesidad cuyos eslabones, unidos unos a otros, le mantenían “en cruel tentacion”.



Culpa vinculada al pecado y, sobre todo, a una impotencia para vencer las propias pasiones (no en vano eros es el amor que no nace de la voluntad, sino que se impone al ser humano) que termina por sumir al pecador en una profunda desesperación, cuenta Cruz Rodríguez. Pero ese sentimiento de culpa, que en muchos momentos de su vida amenazó con atenazar por entero a Agustín, parece quedar desactivado merced a una interpretación del hecho amoroso que introduce, por así decirlo, la segunda gran novedad respecto a las concepciones heredadas; la novedad de poner precisamente determinados aspectos del pensamiento de Platón al servicio de una específica visión cristiana del amor, que pasará a ser entendido en términos de ágape  esto es, como don orientado al bien del otro y capaz, por tanto, de superar la autorreferencialidad del yo, característica del deseo erótico.

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