sábado, 6 de enero de 2018

La primera virtud del filósofo es admirarse.

García Morente
Dice García Morente que el que quiere ser filósofo necesitará puerilizarse, infantilizarse, hacerse como el niño pequeño. ¿En qué sentido conviene que el filósofo  se puerilice? En el sentido de que la disposición de ánimo para filosofar debe consistir esencialmente en percibir y sentir por dondequiera, en el mundo de la realidad sensible, como en el mundo de los objetos ideales, problemas, misterios; admirarse de todo, sentir lo profundamente arcano y misterioso de todo eso; plantarse ante el universo y el propio ser humano con un sentimiento de estupefacción, de admiración, de curiosidad insaciable, como el niño que no entiende nada y para quien todo es problema. Esa es la disposición primaria que debe llevar al estudio de la filosofía el principiante. 

Platón creía que la primera virtud del filósofo es admirarse. Admirarse, sentir esa divina inquietud, que hace que donde otros pasan tranquilos, sin vislumbrar siquiera que hay problema, el que tiene una disposición filosófica está siempre inquieto, intranquilo, percibiendo en la más mínima cosa problemas, arcanos, misterios, incógnitas, que los demás no ven. Aquel para quien todo resulta muy natural,
una dosis primera de infantilismo
para quien todo resulta muy fácil de entender, para quien todo resulta muy obvio, ése no podrá nunca ser filósofo. El filósofo necesita, pues, una dosis primera de infantilismo; una capacidad de admiración que el hombre ya hecho, que el hombre ya endurecido y encanecido, no suele tener. Por eso Platón prefería tratar con jóvenes, a tratar con viejos. 


Sócrates, el maestro de Platón, andaba entre la juventud de Atenas, entre los niños y las mujeres. Para Sócrates los grandes actores del drama filosófico son los jóvenes y las mujeres. Esa admiración es una fundamental disposición para la filosofía. Y resumiendo esta disposición, podremos definirla ahora, ya de un modo conceptual, como la capacidad de problematizarlo todo, de convertirlo todo en problema. Otra segunda disposición que conviene enormemente llevar al trabajo filosófico, es la que pudiéramos llamar el espíritu de rigor en el pensamiento, la exigencia de rigor, la exigencia de
Sócrates.
exactitud. En este sentido, también podría decirse que la edad mejor para comenzar a filosofar es la juventud. El joven no pasa por movimientos mal hechos en las cosas del espíritu. El joven tiene una exigencia de rigor, una exigencia de racionalidad, de intelectualidad, que el hombre ya viejo, con el escepticismo que la edad trae, no suele nunca poseer, termina diciendo Don Manuel.

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