domingo, 21 de mayo de 2017

El pensamiento requiere un espacio en el que sea posible olvidar, elegir, borrar, aislar, eliminar.

La memoria no puede sino acumular datos carentes de objeto y de significado. Recuérdese “Funes el memorioso”, el cuento filosófico de Jorge Luis Borges. Funes es un joven que, volteado por un caballo que no había sido completamente domado, es víctima de una extraña enfermedad; posee una memoria súper desarrollada; está privado de toda facultad de olvido; lo retiene todo; su mente se ve transformada en una especie de enorme vertedero, un monstruoso depósito atestado de fragmentos dispares, de instantes inconexos; es un gigantesco amontonamiento de imágenes sin contexto; ningún detalle puede ser eliminado, por insignificante que sea. Esta capacidad permanente e implacable de recuerdo total y absoluto es una maldición; excluye toda posibilidad de reflexión, pues el pensamiento requiere un espacio en el que sea posible olvidar, elegir, borrar, aislar, eliminar, poner de relieve. Si no pudiéramos desechar nada del desván de la memoria, no podríamos abstraer ni generalizar. Sin abstracción ni generalización, no puede haber pensamiento.

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