domingo, 10 de agosto de 2025

La locomotora de vapor arrebató al sol la potestad de fijar la hora

Hasta que llegó el ferrocarril, no importaba el tiempo. Cada ciudad marcaba su hora en función del sol del mediodía. No solo Madrid y Barcelona, Mánchester y Londres o Berlín y Hamburgo tenían diferentes horarios, en cada uno de esos países muchos pueblos vivían en la suya porque solo se regían por el campanario de su iglesia. Si llegaba un forastero, ajustaba su reloj a la hora local. Por qué iba a importarles a los vecinos qué hora era en la capital. La puntualidad es un invento de hace un par de siglos, pensado para que no choquen los trenes. Hasta que las vías del tren hicieron el mundo más pequeño, la vida era profundamente local. Fue la locomotora de vapor la que le arrebató al sol la potestad de fijar la hora en la revolución industrial. Cuenta Simon Garfield que cuando en 1820 se presentó el proyecto de ferrocarril entre Liverpool y Mánchester, la gente, atónita, creía que los pulmones se le aplastarían por semejante velocidad. Casi cincuenta kilómetros en unas dos horas y veinticinco minutos.

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