Thomas Woods manifiesta que dotado de razón el ser humano no está condenado a actuar por mero instinto. Es capaz de reflexión moral. Si no reflexiona ni evalúa con rigor moral su propio comportamiento, ¿de que le sirve ser humano? Cuando el principio rector de la vida es hacer hacer aquello que produce placer inmediato, el hombre no es distinto de una bestia. Seneca decía: “qué despreciable es el hombre cuando no logra elevarse por encima de su condición humana”.
Una vida buena no es simplemente una vida de actos externos irreprochables. No basta con evitar el asesinato o el adulterio. No solo es el cuerpo quien no debe ceder a tales crímenes; también el alma debe abstenerse de inclinarse hacia ellos. No solo no debemos robar al vecino, sino que tampoco debemos albergar pensamientos de envidia por sus posesiones. Hemos de apartar de nosotros la ira y el odio, que solo envenenan el alma. Es famosa la frase de Sócrates que afirma que el conocimiento es virtud y conocer el bien es hacer el bien. Aristóteles y San Pablo lo entendieron, pues todos recordamos momentos de nuestra vida en la que sabíamos perfectamente qué era bueno, y sin embargo no lo hicimos. Como pecar resulta más fácil cuando nos acostumbramos al pecado, también así, según Aristóteles, más fácil se vuelve esa vida de virtud cuando nos comprometemos con ella y la convertimos en un hábito.
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