Una peculiaridad de la condición humana, que siente horror a todo lo que le es impuesto. Por ello “así como hay personas que, por agradable que sea un medicamento, lo toman de mala gana, solo porque es medicamento, así hay almas que tienen horror a lo que se les manda por el hecho mismo de ser mandado”, escribe Francisco de Sales. “En este sentido, continúa, se cuenta que un hombre había vivido a gusto en la gran ciudad de París sin salir de ella durante ochenta años y en cuanto el rey le ordenó permanecer allí para siempre, salía a diario a disfrutar del campo, cosa que antes nunca había echado de menos”. Es cierto que este humor caprichoso se remonta a los comienzos de la humanidad. “Eva, de cien mil frutos deliciosos, escogió el que se le había prohibido, y seguro que, si se le hubiera permitido probarlo, no se lo habría comido”. Gusto por la independencia, ciertamente, pero también debilidad de nuestra naturaleza, que se asusta a veces de las exigencias de los mandamientos, dice el obispo de Ginebra.
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