martes, 10 de septiembre de 2024

La fiebre viajera de las damas romanas

Egeria

En el siglo IV fueron bastantes las damas romanas que invadieron las vías, todavía seguras, del Imperio. De algunas de estas peregrinas tenemos noticia cierta: la diaconisa Marthana, que se cruzó en el camino de Egeria; las Marana Cira o María de Amida que aparecen peregrinando por los entornos de Jerusalén; la noble Melania, que tras enviudar a los veinte años viaja con otras dos damas de la aristocracia hasta el desierto egipcio, plagado entonces de anacoretas, y acaba fundando un monasterio en el monte de los Olivos; o Paula, también de familia ilustre, compañera espiritual de San Jerónimo, que fundó en Belén un monasterio “dúplice” (de hombres y mujeres, aunque por separado) y un albergue para peregrinos… La culpable de tal fascinación por Oriente fue Santa Elena, madre del emperador Constantino, con su empeño en recuperar y lustrar los Santos Lugares. En aquel tropel de matronas romanas que se apuntaban a la moda del excursionismo hubo un grupo importante de mujeres hispanas. La cosa tiene su explicación; cuando el emperador Teodosio el Grande se estableció en la corte de Constantinopla, le arropó un grupo de mujeres que se hicieron notar en la vida pública. Sobre todo su propia consorte, Flacila, quien, como ha observado Kenneth G. Holum, fue la primera mujer que no solo recibió el título de Augusta, sino que ejerció como tal; papel protagonista que, a partir de entonces, tendrían las emperatrices bizantinas.
Escena de la Basílica de Aquilea, desde la que Egeria partió a Oriente.
La fiebre viajera, que era algo bien visto por aquellas calendas, un valor social de clase alta. Egeria, por lo demás, no era la primera aristócrata hispana que realizaba uno de aquellos viajes de moda. Antes que ella lo había hecho otra noble de origen hispano, la ya citada Melania, quien emprendió un viaje (entre el 371 y 372) en compañía de Rufino de Aquilea para visitar a los anacoretas del desierto de Egipto. Su ejemplo fue seguido, entre otras, por la también hispana Poemenia (la que escandalizó a San Jerónimo, posiblemente), la cual visitó Egipto y Palestina entre los años 384 a 395; ella iniciaba su periplo el mismo año en que Egeria emprendía regreso del suyo.

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