jueves, 5 de noviembre de 2020

La Inquisición y la tortura

El historiador Rodney Stark señala que “todos los tribunales de Europa utilizaron la tortura, pero la Inquisición lo hizo en una medida mucho menor que otros tribunales. En primer lugar, porque la legislación eclesiástica limitaba la tortura a una sesión que no durase más de quince minutos, y no podía ponerse en peligro ni la vida del reo, ni siquiera alguno de sus miembros. Tampoco podía derramarse sangre”. Esto no quita que aún con estas limitaciones se pudiera hacer daño a los acusados, pero eran los propios inquisidores los que dudaban de la eficacia de la tortura. Thomas Madden, director del Centro de Estudios Medievales y Renacentistas en la Universidad de Saint Louis, calcula que los inquisidores españoles recurrieron a la tortura en aproximadamente el 2 por ciento de todos los casos que pasaron por su tribunales. Muchos estudiosos coinciden en que las cárceles de la Inquisición fueron con mucho las más confortables y humanas de Europa. Madden afirma que en la documentación aparecen casos curiosos de “criminales que en España decidían blasfemar a propósito para que los trasladasen a cárceles de la Inquisición”.


Henry Lea, abiertamente historiador anticatólico, reconoce que la caza de brujas “se había llevado a cabo de forma comparativamente inocua” en España, y que esto “se había debido a la sabiduría y firmeza de la Inquisición”.

Escudo de la Inquisición. Piedra. Siglo XVIII

La quema de libros es otra de las acusaciones recurrentes contra la Inquisición. Es cierto que se quemaron algunos libros. Afirma Stark que muchos de éstos “contenían herejías teológicas, pero entre los libros quemados hubo muy pocos, o tal vez ninguno, de carácter científico. Los españoles nunca incluyeron las obras de Galileo en su lista de libros prohibidos”. Lo que llama la atención a este historiador es que la mayoría de los libros que fueron quemados “eran considerados pornográficos. Por lo visto, aunque los primeros libros impresos fueron Biblias y libros de oración, los impresores no tardaron en descubrir la existencia de un activo, aunque clandestino, mercado de literatura obscena”.


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