jueves, 7 de febrero de 2019

El ser humano pasivo es el eterno succionador.


El efecto de la droga, el efecto de la sexualidad, el efecto de los ritmos, que los hipnotizan, los arrastran, se apoderan de ciertos hombres, cuenta el profesor Erich Fromm. Tales ritmos no promueven su actividad, sino que los arrebatan como en una orgía, como en un estado similar al que producen las drogas, en el que se borran a sí mismos, es decir, son profundamente pasivos. El hombre activo es precisamente el que no se borra, sino que es y sigue siendo sin cesar él mismo. Se vuelve más maduro, más adulto, crece. El hombre pasivo es el eterno succionador. Lo que consume le es, en fin de cuentas, indiferente; espera siempre, por así decirlo, con la boca abierta la mamadera. Y así se va tranquilizando y adormeciendo sin tener que hacer nada para ello. No compromete ninguna de sus fuerzas anímicas, y al final se vuelve débil, fatigado e indolente. El sueño que entonces comienza es a menudo más bien una especie de anestesia, una extenuación por el hastío, que una regeneración saludable. Y los medios productores de necesidades nos inclinan a creer que nuestra cultura se prueba en última instancia por el consumo.

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