jueves, 6 de diciembre de 2018

Pensar en los demás transforma el infierno en paraíso.


Albino Luciani cuenta la historia de un general coreano que cuando llega ante San Pedro, le viene un deseo y lo expone: meter antes la nariz en la puerta del infierno sólo para hacerse una idea de aquel lugar de tristeza. “De acuerdo, concedido”, responde San Pedro. Se asomó entonces a la puerta del infierno y vio una sala inmensa, llena de largas mesas. Había en ellas muchas escudillas con arroz cocido, bien condimentado, aromático y apetitoso. Los comensales estaban sentados, hambrientos, dos para cada escudilla, uno enfrente del otro. ¿Y qué? Pues que para llevarse el arroz a la boca disponían, al estilo chino, de dos palillos, pero tan largos que, por muchos esfuerzos que hicieran, no llegaba ni un grano a la boca. Este era su suplicio, éste su infierno. “¡Me basta con lo que he visto!”, exclamó el general; regresó a la puerta del paraíso y entró. La misma sala, las mismas mesas, el mismo arroz, los mismos palillos largos. Pero esta vez los comensales estaban alegres, sonriendo y comiendo. ¿Por qué? Porque cada uno, tomando la comida con los palillos, la llevaba a la boca del compañero de enfrente y todo salía a la perfección. Pensar en los demás, en vez de en sí mismo, resolvía el problema, transformando el infierno en paraíso.

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