domingo, 30 de diciembre de 2018

La fe tiene una extraordinaria importancia psicoterapeútica y psicohigiénica.

Del mismo modo que un animal no puede llegar a comprender nunca el mundo de los hombres que está por encima de él, el hombre no puede llegar nunca a comprender qué es lo que está por encima de su mundo propio; puede, a lo sumo, llegar a vislumbrarlo, por medio de la fe, o bien entrar en contacto con él, si ese mundo superior irrumpe en el mundo propio del hombre por medio de una revelación. Un animal domesticado no puede llegar a conocer nunca los fines en función de los cuales lo subyuga el hombre. ¿Cómo podría el hombre llegar a saber cuál es el “fin último” de su vida, cuál es el sentido superior a que obedece el universo como un todo?, se pregunta Viktor Frankl


Schleich ha expresado las relaciones entre el mundo humano y un mundo superior: “Dios, sentado ante el órgano de las posibilidades, improvisó el universo. Nosotros, pobres mortales, sólo escuchamos la vox humana. La belleza de ésta es un indicio de lo grandiosa que debe de ser la armonía en su totalidad”. De suyo se comprende que la fe en un “sentido superior”, ya lo concibamos como concepto límite o lo interpretemos religiosamente como Providencia, tiene una extraordinaria importancia psicoterapeútica y psicohigiénica. Es ésta una fe creadora, hace al hombre más fuerte, como auténtica fe que es, nacida de una fortaleza interior. Para quien se hace fuerte en esta fe no existe, en última instancia, nada carente de sentido. Para él, nada acaece “en vano”, “ningún hecho queda sin registrar” (Wildgans). Ningún pensamiento grande está condenado a
Viktor Frankl
perecer, aunque no llegue a ser conocido, aunque quien lo abrace “descienda con él a la tumba”. La historia interior de la vida de un hombre, en todo su dramatismo, e incluso en su dolor trágico, no acaecerá nunca “en vano”, aunque no llegue a escribirse ninguna novela que la relate. La “novela” vivida por uno es siempre, a pesar de todo, una realización creadora incomparablemente mayor que la novela que cualquier narrador pueda escribir. De este modo, el tiempo, la caducidad de la vida, no merma en lo más mínimo el sentido y el valor de ésta, dice Frankl.

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