domingo, 13 de agosto de 2017

"No penséis que haya venido para traer la paz a la tierra. No la paz, sino la espada."

Jesús en Betania
Jesús ahueca la voz. “No penséis que yo haya venido para traer la paz a la tierra. No la paz, sino la espada. (“¡Enhorabuena!”, piensa Judas.) He venido para provocar la lucha del hijo con su padre, de la hija con su madre, de la nuera con la suegra. Se tendrá por enemigos a las personas de su propia casa. El que quiere a su padre y a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí…” En boca de un hombre estas palabras hubieran sido consideradas como monstruosas. 

François Mauriac cuenta que si con una imagen demasiado
François Mauriac
osada no temiéramos poner en entredicho la indisolubilidad de ambas naturalezas, diríamos que, una vez más, el Dios levanta su formidable cabeza sobre la superficie de la sangre, y que emerge de la carne. Judas cree comprender esas palabras de odio… En verdad, los demás entrevén cómo sólo el amor encarnado puede gritarles sin que el rayo se precipite sobre ellos. Judas imagina un mundo revuelto por Cristo en donde los elegidos, los escogidos, no se dejarán imponer las trabas de ningún sentimiento humano, en donde ningún lazo de la sangre conservará validez. El triunfo de la fuerza, ¡una soledad triunfadora! A buen seguro que para el hombre de Queriot, sigue narrando 
Mauriac, hay alternativas en lo que el Maestro le explica. ¡He aquí que ahora habla de una cruz! Al oírle decir que quienquiera que le siga sin tomar su cruz, es indigno de Él… Judas sonríe: ¡como si se tratase de ser digno de Él! Seguirá al Señor y dejará la cruz para los demás.

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