sábado, 12 de agosto de 2017

Los hijos huían abandonando el cadáver de sus padres sin sepultura, los padres abandonaban humeantes las entrañas de sus hijos.


En el siglo VII, la Europa Occidental
A partir del 543 la peste negra, llegada de Oriente, hace estragos en Italia, en España y en una gran parte de la Galia durante más de medio siglo. Tras ella no hay más que el fondo de la sima, el trágico siglo VII para el que dan ganas de resucitar la vieja expresión de edad oscura. Dos siglos después aún, Pablo el Diácono evocará el horror del azote en Italia: “Campos y ciudades llenos hasta entonces de una multitud de hombres y mujeres, quedaban sumergidos de la noche a la mañana en el más profundo silencio por la huida general. Los hijos huían abandonando el cadáver de sus padres sin sepultura, los padres abandonaban humeantes las entrañas de sus hijos. Si por ventura alguien quedaba para enterrar a su allegado, se exponía a quedar él mismo sin sepultura… Los tiempos habían vuelto al silencio anterior a la humanidad: se acabaron las voces en los campos, se acabaron los silbidos de los pastores… Las mieses esperaban en vano a los segadores, los racimos aún colgaban de las viñas a las puertas del invierno. Los campos se transformaban en cementerios y las casas de los hombres en guarida de animales salvajes”. Retroceso técnico que dejará al Occidente medieval durante mucho tiempo desamparado. Desaparece la piedra, que ya no se sabe extraer, transportar y trabajar, y deja paso a una vuelta a la madera como material esencial.

Estatua de Martín de Braga en Braga, Portugal.
¿Y la Iglesia? En el desorden de las invasiones, obispos y monjes se convertían en jefes polivalentes de un mundo desorganizado. A su papel religioso habían añadido un papel político, al negociar con los bárbaros; económico, al distribuir víveres y limosnas; social, al proteger a los pobres de los poderosos; incluso militar, al organizar la resistencia o al luchar “con las armas espirituales” allí donde ya no había armas materiales. Al no haber otro remedio, habían adoptado los métodos del clericalismo, de la confusión de poderes. Intentan, mediante la disciplina penitencial, mediante a aplicación de las leyes canónicas (el comienzo del siglo VI es la época de los concilios y de los sínodos paralelamente a la codificación civil), luchar contra la violencia y suavizar las costumbres. Los Manuales de san Martín de Braga, convertido el 579 en arzobispo de la capital del reino suevo, establecen el uno, De correctione rusticorum, un programa de corrección de las costumbres campesinas y el otro, la Formula vitae honestae dedicada al rey Mir, el ideal moral del príncipe cristiano.


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