martes, 29 de agosto de 2017

La Ley en lugar de ser un freno a la injusticia, se convierte a menudo en el instrumento más invencible de injusticia.

Como el trabajo es por sí mismo una carga y el hombre tiende naturalmente a evitar el dolor, se sigue, como lo demuestra la historia, que allí donde la expoliación es menos onerosa que el trabajo, prevalece la expoliación; y prevalece sin que ni la religión ni la moral puedan hacer nada, en este caso, para impedirlo. ¿Cuándo se detiene la expoliación? Cuando resulta más peligrosa que el trabajo. Es evidente que la ley debería tener como objetivo oponer el poderoso obstáculo de la fuerza colectiva a esta funesta tendencia; que debería tomar partido a favor de la propiedad contra la expoliación. Pero lo normal es que la ley sea obra de un hombre o de una clase de hombres. Y como la ley no existe sin sanción, sin el apoyo de una fuerza preponderante, es lógico que, en definitiva, ponga esta fuerza en manos de los legisladores. Este fenómeno inevitable, combinado con la funesta tendencia que hemos descubierto en el corazón del hombre, explica la perversión casi universal de la ley. Se comprende que, en lugar de ser
un freno a la injusticia, se convierta a menudo en el instrumento más invencible de injusticia. Se comprende que, según el poder del legislador, destruya, en beneficio propio, y en grados diversos, en el de los demás hombres, la personalidad por la esclavitud, la libertad por la opresión, la propiedad por la expoliación. Está en la naturaleza de los hombres reaccionar contra la iniquidad de que son víctimas. 

Así pues, cuando la expoliación está organizada por la ley, en beneficio de las clases que la hacen, todas las clases expoliadas tienden, por vías pacíficas o por vías revolucionarias, a participar de algún modo en la confección de las leyes. Estas clases, según el grado de ilustración a que han llegado, pueden proponerse dos fines muy distintos cuando persiguen por esta vía la conquista de sus derechos políticos; o bien quieren hacer que cese la expoliación legal, o bien aspiran a tomar parte de la misma. ¡Desdichadas, tres veces desdichadas las naciones en las que esta última actitud domina entre las masas, cuando se apoderan a su vez del poder legislativo!, manifiesta Frédéric Bastiat en su libro La Ley.

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