miércoles, 26 de enero de 2022

Y de repente… ya no existía


“Estaba volviendo a casa del trabajo, feliz, triunfador y sano, y de repente ya no existía”, leí en el testimonio de una enfermera psiquiátrica cuyo marido se mató en accidente de carretera. En 1966 me dediqué a entrevistar a mucha gente que había estado viviendo en Honolulú la mañana del 7 de diciembre de 1941. Toda aquella gente sin excepción iniciaba sus testimonios del ataque a Pearl Harbor diciéndome que había sucedido “una mañana de domingo completamente normal”. “Era un día precioso de septiembre, normal y corriente”, sigue diciendo la gente cuando les pides que te describan la mañana en Nueva York en que el vuelo 11 de American Airlines y el 175 de United Airlines fueron estrellados contra las torres del World Trade Center. Hasta el informe de la Comisión del 11-S se abría con esta nota narrativa insistentemente premonitoria y sin embargo todavía demudada de asombro.“El martes, 11 de septiembre de 2001, amaneció templado y casi sin nubes en el este de Estados Unidos”. “Y de repente… ya no existía”. En mitad de la vida estamos en la muerte, dicen los episcopalianos junto a la tumba, escribe Joan Didion en su libro El año del pensamiento mágico.

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