martes, 7 de mayo de 2019

Bilbao, socio comercial de Boston

Casco Viejo y Bilbao la Vieja con el Puente de San Antón. Grabado del siglo XV.
Cuenta Mark Kurlansky que el primer producto caribeño que llegó a Nueva Inglaterra fue la sal de la isla Tortuga, pero los barcos no tardaron en regresar no sólo con sal sino también con añil, algodón, tabaco y azúcar. Apenas veinticinco años después de la llegada de los Peregrinos, los colonos de Nueva Inglaterra se dedicaban a un comercio a tres bandas. El mejor pescado se vendía siempre en España. Bilbao, con su vino, su fruta, su hierro y su carbón, se convirtió en importante socio comercial de Boston. Después los barcos ponían rumbo a las Antillas, donde se vendían algunos productos españoles además del bacalao más barato y donde se adquirían azúcar, melazas, tabaco, algodón y sal. Por último, las naves regresaban a Boston con mercaderías mediterráneas y caribeñas, tras haber obtenido beneficios en cada escala. Enseguida se dio el siguiente paso lógico desde el punto de vista comercial. En 1645 un barco de Nueva Inglaterra zarpó con barricas rumbo a las Canarias, compró esclavos africanos en las islas de Cabo Verde, los vendió en Barbados y regresó a Boston con vino, azúcar, sal y tabaco. Siguieron a éste otros embarques de bacalao salado y muy pronto se estableció un vínculo comercial entre el bacalao, los esclavos y las melazas.

La villa nació gracias a su buena disposición estratégica y su ría navegable, lo que le permitió ofrecer al comercio vizcaíno y castellano una segura salida al mar y una conexión privilegiada con las rutas internacionales. 
Bilbao, cuyas fraguas proporcionaban anclas y otros accesorios metálicos a las embarcaciones europeas, fue uno de los puertos que creció con el boom de construcción de barcos creado por el comercio del bacalao. Según el historiador Samuel Eliot Morison, no ha habido otro momento de la historia, ni siquiera durante la Segunda Guerra Mundial, en que se haya producido tal demanda de embarcaciones para sustituir las hundidas como entre 1530 y 1600. Simplemente la ambición europea iba muy por delante de la tecnología y, hasta que se desarrollaron mejores embarcaciones y mejores técnicas de navegación, los naufragios y las desapariciones se convirtieron en parte habitual de esta nueva aventura.

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