jueves, 2 de mayo de 2019

Belleza


Dios es la causa de todo aquello que es bello, afirmaba Clemente de Alejandría. San Atanasio, escribía: La Creación, como las palabras de un libro, muestra al Creador. El mundo es bello porque es la obra de Dios. Más tarde, en los escritos medievales, la belleza pasó de ser una cualidad de las obras divinas, a convertirse en un atributo de Dios mismo. Para el escolástico carolingio Alcuino, Dios era la belleza eterna. En el cenit de la escolástica, nos encontramos con la siguiente aserción de Ulrich de Estrasburgo: Dios no sólo es perfectamente bello y el sumo grado de belleza, es también la causa eficiente, ejemplar y final de toda belleza creada.

Tu rostro, Señor, es la absoluta belleza, escribía Nicolás de Cusa, a la que deben su ser todas las formas de belleza. Miguel Ángel escribió: Me gusta la belleza de la forma humana porque es un reflejo de Dios. Palladio recomendaba la forma del círculo con fines arquitectónicos fundamentándose en que ésta se presta mejor que cualquier otra para la realización sensual de la unidad, infinitud, uniformidad y justicia de Dios. 

Me pregunto, escribía San Agustín, si las cosas son bellas porque agradan, o agradan porque son bellas. Y se me responderá sin ninguna duda que agradan porque son bellas. Tomás de Aquino repitió estos sentimientos casi al pie de la letra: Algo no es bello porque lo amemos, sino que más bien lo amamos porque es bello.

Plutarco escribió: El mundo es bello, eso es evidente por su
forma, color, tamaño y por el gran número de estrellas que lo rodean. Y Cicerón: El mundo posee tanta belleza que es imposible pensar que exista algo que pueda ser más bello.

Alberti fue quien escribió que la naturaleza reparte incesantemente y con extravagancia una abundancia de belleza. Bernini pensaba que la naturaleza otorga a las cosas toda la belleza que requieren.

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