Si analizamos con detalle nuestra atmósfera cultural, comprobamos que estamos rodeados de conspiraciones; incluso podemos avanzar que un inmenso cúmulo de ellas forma parte de nuestras vidas, ya sea en el cine, la narrativa, el discurso político o como método de interpretar la realidad y la Historia. Así, algunos investigadores opinan que “un siglo, el XX, en el que las tesis conspirativas pasaron de las minorías a las masas, de ser una leyenda a convertirse en la política de los estados y de sus dirigentes políticos”. A este sentir se suma con fuerza el profesor británico John Molyneux, que defiende una posición equiparable a la mantenida por Castillón. “Desde hace cierto tiempo me he dado cuenta de que, por todas partes y cada vez con mayor frecuencia, aparecen teorías de la conspiración” (Molyneux, 27 de agosto de 2011). No son los únicos, pues filósofos como Karl Mannheim (1943) y Karl Popper (1946), también las estudiaron antes de la Segunda Guerra Mundial; o Richard Hofstadter (1964), en plena Guerra Fría; o los pensadores que han reflexionado sobre ellas después de la caída del Muro, como Fredric Jameson (1995); o después del 11-S, como Peter Knight (2008), Frank Furedi (2007), Timothy Meiller (2003), Michel Collon (2016) o Alexander Cockburn (2006). A estos se unen escritores de la talla de Don DeLillo, Tomas Pynchon, Norman Meiller, David Foster Wallace y hasta Philip K. Dick con sus distopías tan actuales, que convirtieron las conspiraciones, o más exactamente las Teorías de la Conspiración, en tropos de su literatura.Las teorías de la conspiración hacen referencia a un plan urdido por un grupo que mantiene ocultas sus intenciones y acciones, con el fin de conseguir ventajas de orden político, económico o social. Así, nos hablarán de la invasión de extraterrestres para apoderarse del mundo; de los secretos que los gobiernos nos ocultan sobre los atentados del 11-S o del 11-M; la teoría de que el hombre nunca pisó la Luna; el SIDA como creación en laboratorios para aniquilar a la población homosexual; los Illuminati; los supuestos contubernios judío-masónicos; el Priorato de los Sabios de Sion; la conspiración para dominar el mundo por los ricos en el Club Bilderberg o cualquier otra menos conocida. Todas ellas existen en nuestra atmósfera cultural sin que se haya llegado a un acuerdo sobre qué función cumplen, cómo nacieron, o a quién y para qué sirven.
Siguiendo a Daniel Pipes, las conspiraciones se asientan sobre la certidumbre de que las apariencias engañan; de que las conspiraciones son el motor de la Historia; que nada ocurre al azar, pues todo está dirigido y, al final, en sus relatos, el agente conspirador siempre gana a lo largo de la Historia, donde la fama, el poder, el dinero o el sexo son su late motiv. Julio Patán (2006) se expresa de forma similar al considerar que todas los constructos conspirativos presentan un mundo ordenado y dirigido, donde no hay hueco para el azar; también considera que liberan a sus seguidores de responsabilidades, tanto individuales como colectivas; piensa de ellas que son creencias simples, maniqueas, donde siguen existiendo buenos y malos en la Historia; añade que poseen una carga milenarista, pues consideran que todo ha de subordinarse al fin supremo, pues el destino de la humanidad se encuentra en juego; y, por último, se considera a los conspiradores todopoderosos y hábiles. Karl Popper, al igual que Mannheim, abordó las tesis conspirativas desde el nacimiento del fascismo y el nazismo, así como las secuelas de los campos de exterminio nazis. Setenta años después de sus conclusiones, el número de incondicionales es legión. El magnate George Soros creo una fundación basada en los principios expuestos por Karl Popper, la Open Society Foundations, o el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa ha manifestado varias veces su adhesión a las tesis del filósofo, o el filósofo italiano Umberto Eco que, en lo que respecta a las tesis de conspiración, considera a Popper como un referente.
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