miércoles, 3 de noviembre de 2021

Estamos en la Tierra no para custodiar un museo, sino para cultivar un jardín lleno de vida

El futuro Juan XXIII en Covadonga

Juan XXIII, de nombre secular Angelo Giuseppe Roncalli escribió en 1928, estando en Sofía: “Nada hay de heroico en cuanto me ha sucedido y en cuanto he creído que tenía que hacer. Una vez que se ha renunciado a todo, exactamente a todo, cualquier audacia resulta la cosa más simple y natural del mundo”. Aquí encontramos, dice el historiador Juan María Laboa el secreto de su profunda espiritualidad y de su libertad interior. Su audacia no provenía de una ideología o de un carácter determinados, sino de la simplicidad de quien se ha entregado directa y totalmente a Dios. Con motivo de la muerte de Pío XII, escribe en su diario: “Estamos en la Tierra no para custodiar un museo, sino para cultivar un jardín lleno de vida y destinado a un futuro glorioso”. En 1953 fue creado arzobispo y patriarca de Venecia. En los cinco años de estancia en la ciudad de los canales visitó todas las parroquias de su diócesis, fundó cincuenta y nueve parroquias y un seminario menor, siguiendo siempre el ejemplo de san Carlos Borromeo, al que dedicó su tiempo de estudio.


Ante un grupo de cardenales que le consideraban un pontífice anciano, el papa anunció, apenas tres meses después de su elección, la celebración de un sínodo romano, la revisión del Código de derecho canónico y la convocatoria de un concilio ecuménico. Cuenta Juan María Laboa que para muchos miembros de la Curia, tras la definición de la infalibilidad pontificia se creía que no eran necesarios los concilios. Sin embargo, para Juan XXIII la amplitud y la novedad de los problemas presentes en el mundo contemporáneo exigían la colaboración y corresponsabilidad de todos los obispos de la Iglesia reunidos en concilio, una de las formas más antiguas de ejercer la autoridad en la tradición eclesial. Pacem in Terris, la última de las ocho encíclicas del papa Juan XXIII,fue acogida en la Iglesia como una bocanada de aire fresco. Hace de la dignidad humana el centro de todo derecho, de toda política, de toda dinámica social o económica. Utilizando la categoría evangélica del signo de los tiempos, señala cómo la promoción económica y social de los obreros, el ingreso de la mujer en la vida pública, la organización jurídica de las comunidades políticas, los organismos de proyección internacional en los campos político y social, y el fenómeno de la socialización son signos que indican modos posibles de la presencia del reino de Dios en la historia.

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