domingo, 15 de septiembre de 2019

La Reforma influyó indirectamente sobre el desarrollo del barroco

San Carlo 
De los edificios barrocos como San Carlo alle Quattro Fontane de Borromini se ha dicho que son superabundantes en su ornamentación. Si la finalidad del teatro es deleitarnos con la visión de un mundo maravilloso de luz y fastuosidad, ¿por qué un artista que proyectara una iglesia no tendría perfecto derecho a ofrecernos una idea de pompa y magnificencia aún mayores para hacernos pensar en las de la mansión celeste?, se pregunta el historiador de arte Ernst Gombrich.



En la iglesia de San Carlo alle Quattro Fontane fueron empleadas en ellas deliberadamente la pompa y la ostentación para evocar una visión de la gloria celestial mucho más concreta que en las catedrales medievales. Para los que están acostumbrados a los interiores de las iglesias de los países nórdicos, esta fastuosidad deslumbradora puede parecer demasiado mundana. Pero la Iglesia católica pensaba en aquella época de distinta manera; cuanto más predicaban los protestantes contra el aspecto externo de las iglesias, más afanosa se volvía la Iglesia romana en poner a su servicio las facultades de los artistas. Así, la Reforma y la exclusión de las imágenes y del culto a éstas, que influyeron con tanta frecuencia en el pasado sobre el desarrollo del arte, ejercieron también sus efectos indirectamente sobre el desarrollo del barroco. El orbe católico descubrió que el arte podía servir a la religión de un modo que iba más allá de la sencilla tarea que le había sido asignada al principio del medievo, la tarea de enseñar la doctrina a la gente que no sabía leer. También podía ayudar a persuadir y a convertir a aquellos que, acaso, habían leído demasiado. Arquitectos, pintores y escultores eran llamados para que transformaran las iglesias en grandes representaciones cuyo esplendor y aspecto casi obligaban a tomar una determinación, dice Gombrich. No son tanto los detalles lo que en esos interiores importa como el efecto general del conjunto. No podemos esperar comprenderlos, o juzgarlos correctamente, si no contemplándolos como marco para el ritual espléndido de la Iglesia romana, tal como lo hemos visto durante la misa mayor, cuando las velas se hallan encendidas en el altar, el aroma del incienso invade las naves y los acordes del órgano y del coro nos transportan a un mundo celeste, dice Gombrich.

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