miércoles, 16 de enero de 2019

El síndrome de “nuestros muchachos no murieron en vano”.


En 1915, Italia entró en la Primera Guerra Mundial. El objetivo declarado de Italia era liberar Trento y Trieste, dos territorios italianos que el Imperio austrohúngaro conservaba como propios injustamente. Los políticos italianos pronunciaron discursos incendiarios en el Parlamento en los que juraban reparaciones históricas y prometían un retorno a las glorias de la antigua Roma. Creían que sería un paseo. Pero en absoluto lo fue. El ejército austrohúngaro tenía una fuerte línea defensiva a lo largo del río Isonzo. Los italianos
Frente italiano.
se lanzaron contra ella en 11 sangrientas batallas que les reportaron a lo sumo algunos kilómetros. En la primera batalla perdieron a 15.000 hombres. En la segunda, a 40. 000. En la tercera, a 60.000. Así continuó la cosa durante más de dos años hasta el undécimo combate, cuando los austríacos contraatacaron. En la batalla de Caporreto derrotaron completamente a los italianos y los hicieron retroceder casi hasta las puertas de Venecia. Al final de la guerra, casi 700.000 soldados italianos habían muerto y más de un millón habían resultado heridos.



Después de perder la primera batalla de Isonzo, los políticos italianos podían admitir su error y firmar un tratado de paz. Austria-Hungría no tenía reclamaciones contra Italia, y habría firmado de buen grado un tratado de paz porque estaba atareada luchando por su supervivencia contra los rusos, mucho más fuertes. Pero ¿cómo podían los políticos dirigirse a los padres, viudas e hijos de los soldados italianos muertos y decirles: “Lo sentimos, ha habido un error. Esperamos que no se lo tomen a mal, pero su Giovanni murió en vano, al igual que su Marco”? Alternativamente, podían decir: “¡Giovanni y Marco fueron
héroes! Murieron por que Trieste fuera italiana y nos aseguraremos de que no hayan muerto en vano. ¡Seguiremos luchando hasta que la victoria sea nuestra!”. No es de sorprender que los políticos prefirieran la segunda opción. Así, se empeñaron en una segunda batalla y perdieron a otros 40.000 hombres. Los políticos decidieron de nuevo que sería mejor seguir luchando, porque “nuestros muchachos no murieron en vano”.

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