martes, 23 de agosto de 2016

Mediterraneo.

Costa Brava
Unos días de playa a orillas del Mediterráneo.Este mar ha sido cuna de grandes civilizaciones.

Antes de la aparición de los seres humanos en este planeta,cuenta José Luis Comellas, el Mediterráneo fue agonizando lentamente, hasta convertirse en una serie de lagos cada vez más salados. Si entonces hubiéramos existido, no se nos hubiera ocurrido ir a bañarse en las playas mediterráneas, porque hubieran tenido que atravesar desiertos calcinados y grandes saladares, para llegar a un mar tan salino que tal vez les hubiera dañado la piel. 

 El mar Mediterráneo desde la órbita terrestre.
Se extinguieron todos los géneros de peces propios de la zona, y ni los animales terrestres se atrevían a llegar a las orillas fangosas e insanas. Hoy, las prospecciones submarinas, realizadas a fines del siglo XX y comienzos del XXI, descubren depósitos enormes de sal, muy difíciles de explicar si no suponemos varios procesos de desecación sucesivos: y la verdad es que aún tal acumulación de sal sigue siendo un misterio. Los ríos, entre ellos, que se sepa, el Nilo y el Ródano, excavaban grandes cañones para llegar a los lagos mediterráneos, pero su caudal se evaporaba en gran parte durante el camino, de suerte que no bastaba su aporte para moderar el fortísimo nivel de salinidad de las aguas.
La entrada de aguas atlánticas actualmente es crucial para compensar ese régimen hídrico negativo del Mediterráneo 
Las fosas de agua salada que quedaban en las ruinas del Mediterráneo estaban unos 1.500 metros por debajo del nivel del Atlántico. Hasta que, de pronto, el gran arco Penibético-Atlas se quebró justo por su mitad, como una vara que hemos doblado demasiado, hasta que se partió. En los labios de aquella tremenda sutura quedaron las dos famosas columnas de Hércules, los peñones de Gibraltar y Djebel Moussa, testigos para muchos siglos de aquella brecha que se abrió para que por ella se abalanzara el agua limpia del Atlántico. 

Mar de Alborán
El desnivel entre el océano y lo que quedaba del Mediterráneo era de más de kilómetro y medio. Durante un tiempo se imaginó una inmensa cascada de más de un kilómetro de altura, en que millones de toneladas de agua se precipitaban del Atlántico a las resecas fosas mediterráneas. Las prospecciones que en 1.983 realizaron geólogos españoles en la zona del mar de Alborán, pensando en la posibilidad de construir un túnel bajo el Estrecho permitieron conocer la verdadera historia. Gibraltar no fue una inmensa cascada, sino un canal que en gran parte se conserva en el fondo marino, de unos ocho kilómetros de ancho, y más de 200 de largo. Todavía aquel monstruoso surco abierto por las aguas tiene una profundidad de 500 metros. Por aquella brecha, que no fue una cascada, pero sí tal vez el mayor torrente que ha existido en muchos millones de años, discurrieron las aguas a una velocidad de cien kilómetros por hora. Uno de los técnicos que ha estudiado aquella corriente impresionante, Daniel García Castellanos, piensa que “fue la mayor inundación que hubo jamás en la Tierra”. 

El nivel del Mediterráneo, inundado de aguas atlánticas, fue subiendo a razón de unos diez metros por día. Si fue así, el Mediterráneo se llenó en un año o dos, tan rápido fue el proceso. También se batió otra marca geológica: un mar enorme, recompuesto en menos de dos años. El Mediterráneo fue desde entonces, a través de todos los cambios climáticos, un mar luminoso y soleado, de aguas azules y lleno de vida, rico en costas recortadas, islas y penínsulas de gran variedad que facilitarían los contactos entre tierras y aguas… y escenario más tarde de grandes civilizaciones.


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