viernes, 12 de abril de 2024

Woodford proponía la compraventa de Cuba que figuraría en un memorándum secreto.España rechazó la oferta.

Razones tenía Sagasta para no compartir la ignorancia de la realidad bélica y colonial, ya que el general Blanco, en un informe, le decía que “el Ejército, agotado y anémico, poblando los hospitales, sin fuerzas para combatir ni apenas para sostener las armas. Más de trescientos mil concentrados agonizantes o famélicos pereciendo de hambre alrededor de las poblaciones…”…… El Departamento de Estado daba instrucciones a su ministro plenipotenciario en Madrid, Mr. Woodford, de que propusiese al Gobierno español un armisticio que durase todo el verano, la supresión de los “reconcentrados” (verdaderos campos de concentración donde morían mujeres, niños y ancianos) y el “self-government completo”, entendiendo por tal “independencia”. El 18 de marzo, en una entrevista dramática de Moret con Woodford, éste le dice: “No creo que la autonomía pueda dar la paz a Cuba, ni tampoco creo que los insurrectos puedan asegurar la paz por un gobierno libre e independiente. Sólo hay un poder y una bandera capaces de asegurar la paz. Los Estados Unidos tienen ese poder y la bandera norteamericana es esa bandera”. Y Woodford, una vez más, proponía pura y simplemente un negocio de compraventa de la isla que figuraría en un memorándum secreto, sometiendo a la Reina Victoria de Inglaterra el arbitraje. Rechazada la oferta, poco o nada quedaba ya que hacer.
Pabón insistía hace años en que esta humillación internacional de España en los días finales del siglo XIX no es una realidad aislada. El 98, como desastre, es un acontecimiento internacional. Coinciden entonces la derrota de China ante el Japón, en 1894; la detención de Francia en Indochina, al acordar en 1896 con el Gobierno británico la conversión de Siam en Estado tapón entre las respectivas posesiones. En el mismo año 1898, la relegación de la propia Francia ante la misma Inglaterra en el dominio del África central,tras la crisis de Fachoda, la pasajera humillación de Japón ante Rusia al cederle Port-Arthur, la imposición de la independencia de Creta a Turquía y la victoria de los Estados Unidos sobre España, entre otros sucesos. Pero esta realidad internacional del desastre comienza ya a reducirlo a su verdadera dimensión, paradójicamente más limitada en lo que atañe a España. El desastre del 98 es mucho más y mucho menos que la denuncia de la ineptitud de los gobernantes y de los militares españoles. Se trata de un hito importante en un fenómeno de envergadura mayor, el de la relegación de los antiguos imperios ultramarinos (España y Portugal al frente ante los nuevos colosos imperialistas).

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