miércoles, 17 de enero de 2024

Soledad

Para el filósofo André Comte-Sponville, “la soledad no es el aislamiento. Es cierto que algunos la viven como ermitaños, en una gruta o en un desierto, pero otros la viven en un monasterio, y otros incluso, en la familia o en la colectividad… Estar aislado es estar sin contactos, sin relaciones, sin amigos, sin amores, y eso, por supuesto, es una desgracia. Estar solo es ser uno mismo, sin recurso a los demás, y ésa es la verdad de la existencia humana. ¿Cómo podría alguien ser otro distinto de sí mismo? ¿Cómo podría alguien descargarnos del peso de ser nosotros mismos? “El hombre nace solo, vive solo y muere solo”, decía Buda. Eso no quiere decir que se nazca, se viva y se muera en el aislamiento. El nacimiento, por definición, supone una relación con el otro. La sociedad está siempre ahí, y la intersubjetividad también, y nunca nos abandonarán. Pero, ¿qué cambia eso en la soledad? Del mismo modo, cuando Pascal escribe en los Pensamientos “Se muere solo”, no quiere decir que se muere aislado. En el siglo XVII, eso no sucedía casi nunca; en la estancia donde se moría había de ordinario un cierto número de personas, la familia, el sacerdote, varios amigos. Pero se moría solo, lo mismo que hoy en día, porque nadie puede morir en lugar nuestro. La soledad es la regla. Nadie puede vivir por nosotros, ni morir por nosotros, ni sufrir o amar por nosotros.”
“La soledad no es el rechazo del otro, por el contrario, aceptar al otro es aceptarlo como otro, y en este sentido el amor, en su esencia, es soledad. Rilke halló las palabras precisas para expresar ese amor que tanto necesitamos y del que tan raramente somos capaces: “Dos soledades que se protegen, se completan, se limitan y se inclinan la una hacia la otra”… Esta belleza suena a cierta. El amor no es lo contrario de la soledad, es la soledad compartida, habitada, iluminada por la soledad del otro. El amor es soledad, siempre, y no porque toda soledad sea amorosa, faltaría más, sino porque todo amor es solitario. Nadie puede amar en nuestro lugar, ni en nosotros, ni como si fuera nosotros. Ese desierto, en torno de sí mismo o del objeto amado, es el amor mismo.”

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