viernes, 30 de diciembre de 2022

Lenin era esa combinación de autocastigo con el castigo a otras personas expresado en un odio social y en una crueldad política

“Lo terrible de Lenin,manifiesta Struve, era esa combinación en una persona del autocastigo, fuente de todo verdadero ascetismo, con el castigo a otras personas expresado en un abstracto odio social y en una fría crueldad política”. Incluso como dirigente del Estado soviético, Lenin mantuvo el estilo de vida espartano de la clandestinidad revolucionaria. Hasta marzo de 1918, él y Krupskaya ocuparon una habitación escasamente amueblada en el Instituto Smolny, que anteriormente había sido un internado para chicas, durmiendo en dos estrechas camas de campamento y lavándose con agua fría de una palangana. Más parecía la celda de una prisión que la suite del dictador del país más grande del mundo. Cuando el Gobierno se trasladó a Moscú, vivían con la hermana de Lenin en un modesto apartamento de tres habitaciones en el interior del Kremlin y comían en la cafetería. Como Rajmetev, Lenin se entrenaba con pesas para fortalecer sus músculos. Lenin no fumaba y prácticamente no bebía. Krupskaya le llamaba «Ilich», su mote en el partido, y él la llamaba «camarada». Era más su secretaria personal que su esposa, y probablemente no fue mala suerte que no nacieran hijos de su matrimonio. Los sentimientos no tenían cabida en la vida de Lenin. “No puedo escuchar música con mucha frecuencia,reconoció una vez después de escuchar la Sonata apasionada de Beethoven. Me provoca deseos de decir cosas agradables y estúpidas, y de acariciarle la cabeza a la gente. Pero ahora hay que apalearles la cabeza, apalearles sin piedad”. Los intereses literarios de Lenin estaban, como todo lo demás, determinados por su contenido social y político. Sólo se preocupaba de leer libros que pudieran serle de utilidad. Admiraba a Pushkin por lo que de manera simplista supuso que era su oposición a la autocracia, y le gustaba Nekrasov por su representación realista de las masas oprimidas. Había leído Fausto, de Goethe, mientras aprendía de forma autodidacta alemán en Siberia, e incluso había aprendido de memoria algunos discursos de Mefistófeles; pero nunca mostró ningún interés por cualquier otra obra de Goethe. Se negó a leer a Dostoyevsky, rechazando su novela Los demonios, donde el autor intenta exponer la naturaleza psicótica del revolucionario, por considerarla “una inmundicia reaccionaria. No tengo, en absoluto, ningún deseo de malgastar mi tiempo en ella. Hojeé el libro y lo tiré. Yo no leo semejante literatura, ¿de qué me sirve?”. La raíz de este planteamiento mediocre de la vida era una ardiente ambición de poder.

Buena parte del éxito de Lenin en 1917 se explica, sin duda, por su dominio imponente sobre el partido. Ningún otro partido político había estado tan íntimamente ligado a la personalidad de un único hombre.El dominio de Lenin sobre el partido tenía más que ver con la cultura del partido que con su propio carisma. Su oratoria era gris. Le faltaba brillantez, el pathos, el humor, las metáforas vívidas, el color o el drama de un discurso de Trotsky o de Zinoviev. Además, Lenin no podía pronunciar las erres correctamente. No obstante, sus discursos tenían una lógica de hierro, y Lenin tenía facilidad para encontrar lemas fáciles, que metía en la cabeza de sus oyentes a fuerza de repetirlos constantemente.


Fuente: La Revolución rusa (1891-1924) de Orlando Figes


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