sábado, 31 de diciembre de 2022

La idea de mejorar la vocación personal se acabó confundiendo con la de mejorar la posición económica

Jeremy Rifkin, profesor de la Escuela Wharton de Finanzas y Comercio, escribe que la respuesta de Lutero fue que aceptar la vocación personal y desempeñar plenamente y sin error nuestro papel podría ser una señal de haber sido elegidos para la salvación. Calvino fue más allá y arengó a sus seguidores a que trabajaran sin desfallecer para mejorar su suerte en la vida como señal de posible elección. Al predicar que cada persona estaba obligada a mejorar su vocación, los teólogos del protestantismo alentaron sin darse cuenta el nuevo espíritu empresarial al dar por sentado que el hecho de que alguien mejorara su suerte económica estaba en consonancia con el orden natural y era el reflejo de una relación adecuada con Dios. Ni Lutero ni Calvino deseaban “desespiritualizar” a los fieles ni crear un Homo economicus, pero la idea de mejorar la vocación personal se acabó confundiendo con la de mejorar la posición económica. La importancia que el protestantismo había dado a la diligencia, el esfuerzo y la sobriedad se fue desplazando durante los siglos XVI y XVII hacia la noción más económica de “productividad”. En la economía de mercado que estaba naciendo, la valoración de una persona empezó a basarse más en que fuera productiva que en que fuera bondadosa a los ojos de Dios. Con el tiempo, la idea de la persona a solas frente a Dios empezó a ocupar un segundo plano frente a la idea de la persona a solas ante el mercado. El valor de cada persona pasó a medirse en función de su interés personal y de su capacidad de acumular riquezas y propiedades actuando con astucia en la nueva economía. Max Weber denominó “ética protestante” a este proceso que acabó dando origen al “nuevo ser humano” del mercado. El nuevo fervor comercial acabó atrayendo al mercado a más y más católicos y creyentes de otras confesiones. En la época feudal, el lugar de una persona en la scala naturae de la creación divina definía su destino; en la nueva economía de mercado, el individuo, ahora autónomo, definía su destino en función de la propiedad privada que podía acumular.

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