domingo, 2 de octubre de 2022

Que el amor sea más fuerte que la muerte


Dios es el ser cuya existencia hay que suponer para escapar de la desesperación (ésta es la función de los postulados de la razón práctica en Kant), y por eso la esperanza, igual que la fe, es una virtud teologal, porque tiene como objeto a Dios mismo. “Lo contrario de desesperar es creer”, escribe Kierkegaard. Dios es el único ser que puede satisfacer absolutamente nuestra esperanza….¿De qué valen los argumentos que no permiten esperar nada? ¿Cuál es nuestra esperanza? Que el amor sea más fuerte que la muerte, como dice el Cantar de los Cantares, más fuerte que el odio, más fuerte que la violencia, más fuerte que todo, y únicamente esto sería verdaderamente Dios. El amor todopoderoso, el amor que salva y el único Dios, porque sería absolutamente amor, digno de ser amado. Es el Dios de los santos y de los místicos. “Dios es amor, escribe Bergson, y objeto de amor, ésta es toda la aportación del misticismo. De este doble amor, el místico no terminará nunca de hablar. Su descripción es interminable porque lo que hay que describir es inexpresable. Pero lo que sí dice claramente es que el amor divino no es una propiedad más de Dios, es Dios mismo”.

André Comte-Sponville

Dios es la verdad que constituye una norma,la conjunción de lo Verdadero y el Bien, y por esta razón, la norma de todas las verdades. En este nivel supremo, lo deseable y lo inteligible son idénticos, explicaba Aristóteles, y esta identidad, si existe, es Dios. ¿Hay mejor forma de decir que solamente él podría colmarnos o consolarnos absolutamente? “Sólo un Dios podría salvarnos”, reconocía Heidegger. Por lo tanto, hay que creer en él o renunciar a la salvación.Dios es y da sentido. En primer lugar porque, sin él, todo sentido topa con el absurdo de la muerte; en segundo lugar, porque Dios sólo es sentido para un sujeto, y sólo es sentido absoluto, por lo tanto, para un sujeto absoluto. Dios es el sentido del sentido, y por eso es lo contrario del absurdo o de la desesperación, escribe André Comte-Sponville.

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