jueves, 30 de enero de 2020

La necesidad en el mundo musulmán de mantener veladas a las mujeres implica un universo extremadamente sexualizado

Recordemos la prohibición de los talibanes de que las mujeres lleven tacones de metal, como si el sonido tintineante de sus tacones fuera suficiente para provocar a los hombres. La necesidad de mantener veladas a las mujeres implica un universo extremadamente sexualizado. El simple encuentro con una mujer es una provocación que ningún hombre es capaz de resistir. La represión tiene que ser tan fuerte porque el sexo mismo es muy fuerte. ¿Qué sociedad es esta en la que el sonido metálico de unos tacones puede hacer que los hombres exploten de lujuria? No es de extrañar que, en el curso del análisis del famoso sueño de «Signorelli» en su Psicopatología de la vida cotidiana, Freud informe de que fue un viejo musulmán de Bosnia-Herzegovina quien le comunicó la sabiduría del sexo como lo único que hace la vida digna de ser vivida: “Una vez que el hombre no es ya capaz de tener relaciones sexuales, lo único que le queda es morir”. La postura laxa hacia la violación en los países musulmanes parece así basada en la premisa de que el hombre que viola a una mujer ha sido secretamente seducido por ella. Esta lectura de la violación masculina como resultado de la provocación de la mujer se puede encontrar con frecuencia en los medios de comunicación. En el otoño del 2006, Sheik Taj Din al-Hilali, el clérigo musulmán más importante de Australia, provocó un escándalo cuando, después de que unos musulmanes hubieran sido encarcelados por una violación en grupo, afirmó que “si coges un trozo de carne y lo colocas visiblemente fuera, en la calle y los gatos vienen a comérsela ¿de quién es la culpa, de los gatos o de quien ha dejado la carne a la vista? La carne visible es el problema”. La naturaleza explosivamente escandalosa de esta comparación entre una mujer que no está velada y la carne cruda, visible, distrajo la atención de otra premisa subyacente en el argumento de al-Hilali. ¿No implica esto que los hombres están totalmente esclavizados por su apetito sexual, exactamente igual que el gato cuando ve el trozo de carne? En contraste con esta suposición de la completa falta de responsabilidad masculina por su conducta sexual, el énfasis en el erotismo público femenino en Occidente cuenta con la premisa de que los hombres no son esclavos ciegos de sus instintos sexuales.

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