domingo, 18 de noviembre de 2018

Cristo en el arte mediaval.

Basílica Catedral de Saint-Denis
A partir del siglo XII, el Cristo Salvador abre más ampliamente sus brazos a la humanidad. Cristo se convierte en la puerta de acceso a la revelación y a la salvación. Suger, el constructor de Saint-Denis, dice que Cristo es la verdadera puerta: Christus janua vera. “¡Oh!, Vos que habéis dicho: “Yo soy la puerta, y quien entre por mí se salvará”, ruega a Cristo Guillermo de Saínt-Thierry, mostradnos con qué evidencia de qué mansión sois la puerta, en qué momento y a quiénes la abrís. La mansión de la que Vos sois la puerta es… el Cielo donde habita vuestro Padre”. De este modo el templo, símbolo de la mansión celeste, acceso al cielo, se abre de par en par. La puerta se apodera de la fachada, tímpanos románicos, pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela, grandes pórticos góticos. Ese Cristo más cercano al hombre puede acercarse aún más tomando la forma de un niño. El éxito de Cristo-Niño, que se consolida en el siglo XII, es paralelo al de la Virgen-Madre, explica el historiador medievalista Jacques Le Goff.

Portico de la Gloria. Santiago de Compostela.
Cristo se convierte cada vez más en el Cristo sufriente, el Cristo de la Pasión. La crucifixión, dice Le Goff, conserva sin lugar a dudas los elementos simbólicos, pero éstos contribuyen de ordinario al nuevo significado de la devoción al Crucificado, como por ejemplo el vínculo entre Adán y la crucifixión, del que nos da testimonio la iconografía. Calavera de Adán representada al pie de la cruz, leyenda de la Santa Cruz hecha con la madera del árbol plantado en la tumba de Adán. Siguiendo la evolución de la devoción a la misma cruz se podría averiguar cómo de símbolo triunfal, aún tiene ese significado para los cruzados de finales del siglo XI, se convierte en símbolo de humildad y de sufrimiento. Simbolismo que, por otra parte, no se ve libre de rechazos, a veces en los medios populares, sobre todo entre los grupos heréticos que se niegan a venerar a un trozo de madera, insoportable e inconcebible humillación de todo un Dios. Por un curioso rodeo, Marco Polo encontrará esa misma hostilidad en el Gran Kan mongol quien, influenciado por el cristianismo nestoriano asiático, rechaza ante todo ese sacrilegio en el catolicismo occidental. “No
Jacques Le Goff 
admite en modo alguno que se lleve ante él la cruz, porque en ella sufrió y murió un hombre tan grande como Cristo”. Crimen literalmente de lesa majestad que el pueblo entiende con frecuencia como tal, amarrado a formas tradicionales de piedad, más lento en la adopción de mentalidades y de sensibilidades nuevas. Ya desde el siglo XIII aparece, junto a la veneración por las reliquias de la Pasión, el culto a los instrumentos de la misma Pasión. La realeza de Cristo será ante todo la de un Cristo coronado de espinas, precursora del tema del Ecce Homo que invade la espiritualidad y el arte del siglo XIV.

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