domingo, 8 de julio de 2018

Seguramente William Shakespeare fue católico.

Como han sugerido Ernst Honigmann y otros especialistas, los católicos Hoghton pidieron a Cottam que les recomendara a algún joven prometedor como instructor de sus hijos, un preceptor privado para una gran familia. Cottam habría podido proponer a William Shakespeare. Cottam habría tenido buen cuidado no solo de buscar a alguien que tuviera unas dotes pedagógicas suficientes, sino de encontrar a un buen católico. Pues casi con toda seguridad los piadosos Hoghton daban cobijo ilegalmente a curas, además de albergar en su casa numerosos objetos rituales igualmente ilegales y una gran colección de libros prohibidos o sospechosos, y habrían querido como servidores solo a gente en la que pudieran confiar y que supieran guardar unos secretos tan peligrosos.

A la muerte de Hoghton en agosto de 1581, Shakespeare paso durante una breve temporada al servicio de Hesketh y luego habría sido recomendado al servicio de Henry Stanley, cuarto conde de Derby, y su hijo Ferdinando, lord Strange. El momento en  que Shakespeare residiera allí
 Edmund Campion 
es precisamente cuando el jesuita Campion, que iba en la misma dirección, buscaba la seguridad relativa que proporcionaban los súbditos más obstinadamente católicos de la reina. Lancashire, a juicio del Consejo Privado de la soberana, era “un verdadero albañal del papismo, donde se cometen más actos ilegales y se ocultan más personas fuera de la ley que en cualquier otro lugar del reino”. El 4 de agosto de 1581, al día siguiente de que Alexander Hoghton recomendara a Shakespeare a su amigo sir Thomas Hesketh, el Consejo Privado ordenó la búsqueda de los papeles de Campion “en la casa de un tal Richard Hoghton”, primo de Alexander, “en Lancashire”. Y a finales de ese mismo año, en el momento en el que puede que 
Shakespeare estuviera a su servicio, Hesketh fue encarcelado bajo la acusación de no hacer lo suficiente por poner fin al rechazo a la religión oficial entre los miembros de su casa.

Lancashire
Es perfectamente posible que en los espacios protegidos de una u otra de estas casas Shakespeare viera personalmente al brillante misionero cuya busca y captura había sido ordenada. Las visitas de Campion eran clandestinas, por supuesto, pero no eran un asunto estrictamente privado; daban lugar a que decenas, centenares incluso de creyentes, muchos de los cuales dormían en los pajares y los cobertizos de las inmediaciones, se reunieran para escuchar las prédicas de Campion a primera hora de la mañana y para recibir de sus manos la comunión. El clérigo, que previamente habría cambiado su disfraz de criado por las vestiduras sacerdotales, se habría pasado la mitad de la noche escuchando en confesión a los fieles, intentando resolver sus dilemas morales y dando consejos.


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