domingo, 22 de julio de 2018

El Dios de majestad en la época carolingia.

Recreación de una aldea en época carolingia
La época carolingia, más proclive a las manifestaciones de poder que a las expresiones de humildad, dejó de lado todo lo que podía dar la sensación de debilidad en Cristo. Los episodios amables de la vida de Cristo, su trato con los pobres y los trabajadores, los aspectos realistas y dolorosos de su pasión, todo ello se mantuvo en silencio. Dios, Padre o Hijo, Padre e Hijo a la vez, junger Mensch und alter Gott, “hombre joven y viejo Dios”, como dice Walter von der Vogelweide, que se convirtió en Dios de majestad. Dios sobre el trono como un soberano (Pantocrator) aureolado con la mandorla, que llevaba hasta su punto culminante la herencia del ceremonial imperial que el cristianismo triunfante del bajo Imperio le había atribuido. Dios, cuyo poder se manifestaba en la creación (el Génesis eclipsaba en la teología, en los comentarios religiosos y en el arte a todos los demás libros de la Biblia), en el triunfo (el Cordero y la cruz se convertían en símbolos de gloria y no de humildad) y en el Juicio (desde el Cristo del Apocalipsis con la espada entre los dientes hasta el juez de los tímpanos románicos y góticos).


 Capilla Palatina. Palacio de Aquisgrán
Los poetas del siglo IX hacían de Dios el señor de la fortaleza celeste que, curiosamente, se parecía al palacio de Aquisgrán. Ese Dios de majestad es el Dios de las canciones de gesta, expresión de la sociedad feudal, “Damedieu” (Dominus Deus), el Señor Dios. Todo el vocabulario del Cur Deus homo de san Anselmo a finales del siglo XI es feudal. Dios aparece en él como un señor feudal que manda a tres categorías de vasallos, los ángeles, que poseen feudos a cambio de un servicio fijo y perpetuo; los monjes, que sirven con la esperanza de recuperar la herencia perdida por la felonía de sus padres, y los laicos, inmersos en una servidumbre sin esperanza. Todos ellos deben a Dios el servitium debitum, el servicio del vasallo.

Basílica Santa Práxedes. Inicios Siglo IX
Se modela la iconografía del Dios de majestad con sus atributos reales: el trono, el sol y la luna, el alfa y la omega, todas ellas insignias del poder universal, la corte de los ancianos del Apocalipsis o de los ángeles, y a veces la corona. Esta visión real y triunfante de Dios no excluye a Cristo. El Cristo del Juicio que conserva en su costado descubierto, pero como signo de victoria sobre la muerte, la llaga de la crucifixión, el Cristo crucificado pero portador de la corona, el Cristo de las monedas reales, todavía en el siglo XIII con la significativa leyenda del escudo de san Luis de Francia: Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat, escribe el historiador medieval francés Jacques Le Goff.

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