jueves, 12 de julio de 2018

No se está ante un conflicto entre el nacionalismo británico y el cosmopolitismo europeo.

La tradición democrática británica estrechamente ligada a un sentido de la independencia nacional ha contemplado siempre el cosmopolitismo europeo como una dilución de los Estados-nación en una estructura posmoderna ajena a la realidad. Una cosa es la cesión relativa de soberanía producida por la apertura exterior de las economías y otra muy diferente la transferencia de aquélla no a las fuerzas impersonales del mercado y, en última instancia, a las decisiones individuales, sino a un entramado burocrático sin accountability. En consecuencia, no se está ante un conflicto entre el nacionalismo británico y el cosmopolitismo europeo, sino ante una concepción diferente de quienes son los legítimos y últimos titulares del poder, los ciudadanos o una eurocracia sólo responsable ante ella misma.

Los incentivos para pertenecer a un club que ofrece expectativas de retorno dudosas para sus miembros, la convicción de la imposibilidad de reformarlo desde dentro y la atribución de una alta probabilidad de materialización a la hipótesis de que el camino adoptado por la UE termine por erosionar sus ventajas competitivas no son elementos nada desdeñables para entender por qué el Reino Unido ha abandonado la UE, escribe Cayetana Álvarez de Toledo. 

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