domingo, 29 de julio de 2018

El padre Wilhelm Kleinsorge (1).

*En la mañana de la explosión de la bomba atómica en Hiroshima, el padre Wilhelm Kleinsorge, de la Compañía de Jesús, celebró la misa en la capilla de la misión, un pequeño edificio de madera estilo japonés que no tenía bancos, puesto que sus feligreses se ponían de rodillas sobre las acostumbradas esteras japonesas, de cara a un altar adornado con sedas espléndidas, bronce, plata, bordados finos.

Después de un terrible relámpago el padre Kleinsorge tuvo apenas tiempo (puesto que se encontraba a 1.280 metros del centro) para un pensamiento, una bomba nos ha caído encima. Entonces, durante algunos segundos o quizás minutos, perdió la conciencia. El padre Kleinsorge nunca supo cómo salió de la casa. Cuando volvió en sí, se encontraba vagabundeando en ropa interior por los jardines de hortalizas de la misión, sangrando levemente por pequeños cortes a lo largo de su flanco izquierdo; se dio cuenta de que todos los edificios de los alrededores se habían caído, excepto la misión de los jesuitas. Se dio cuenta de que el día se había oscurecido; y de que Murata-san, el ama de llaves, se encontraba cerca, gritando: “Shu Jesusu, awaremi tamai! ¡Jesús, señor nuestro, ten piedad de nosotros!”.

El padre Kleinsorge entró a buscar algunas cosas que quería rescatar.  Un botiquín de primeros auxilios colgaba de un gancho en la pared, tal cual había estado siempre; pero sus ropas, que colgaban de otros ganchos cercanos, habían desaparecido. Su escritorio estaba roto en pedazos y desparramado por la habitación, pero una simple maleta de papier-mâché que había escondido bajo el escritorio estaba al lado de la puerta, donde no hubiera podido no verla, con la manija hacia arriba y sin un rasguño. Después, el padre Kleinsorge empezó a considerar estos hechos como una especie de interferencia divina, en cuanto a que la maleta contenía su breviario, los libros de contabilidad de la diócesis entera y una considerable cantidad de dinero en efectivo perteneciente a la misión y del cual él era responsable. Salió corriendo de la casa y depositó la maleta en el refugio antiaéreo de la misión.

El padre Kleinsorge se dio vuelta hacia el padre La Salle y,
sin que viniera al caso, le dijo: “Hemos perdido todo lo que teníamos, salvo el sentido del humor”. La calle estaba atestada con partes de casas, con cables y postes de teléfono caídos. Cada dos o tres casas les llegaban las voces de gente enterrada y abandonada que invariablemente gritaba, con cortesía formal: “Tasukete kure! ¡Auxilio, si son tan amables!”. Los sacerdotes reconocieron varias ruinas: eran hogares de amigos, pero debido al fuego era ya demasiado tarde para ayudar.

Para un occidental como el padre Kleinsorge, el silencio en el bosquecillo junto al río, donde cientos de personas gravemente heridas sufrían juntas, fue uno de los fenómenos más atroces e imponentes que jamás había
vivido. Los heridos guardaban silencio; nadie lloraba, mucho menos gritaba de dolor; nadie se quejaba; de los muchos que murieron, ninguno murió ruidosamente; ni siquiera los niños lloraban; pocos hablaban siquiera. Y cuando el padre Kleinsorge dio a beber agua a algunos cuyas caras estaban cubiertas casi por completo por las quemaduras, bebían su ración y enseguida se levantaban un poco y hacían una venia de gratitud.

El señor Tanimoto leyó en voz alta un pasaje de una Biblia de bolsillo en japonés: “Pues mil años en Tu presencia son como el ayer cuando han pasado, como un centinela en la noche. Te llevas a los hijos de los hombres como un diluvio; ellos son como el sueño; en la mañana son como la verde hierba que crece. En la mañana florece y crece; en la tarde es cortada, y se marchita. Pues Tu ira nos consume y por Tu ira nos inquietamos. Ante Ti has llevado nuestras iniquidades; ante la luz de Tu rostro, nuestros pecados secretos. Pues en Tu ira pasan nuestros días todos: vivimos nuestros años como un cuento…”. El señor Tanaka murió mientras Tanimoto leía el salmo.

Dos minutos después de las once de la mañana del 9 de agosto, la segunda bomba atómica cayó, esta vez sobre Nagasaki.


*Hiroshima (John Hersey)

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