En todas las civilizaciones antiguas la incómoda relación con “lo que no se puede hacer” delineó el criterio originario sobre el que construir todo el sistema cultural, civil y social de la convivencia humana. Las grandes narraciones trataron de explicar el desorden de esta situación construyendo mitos de gran agudeza, desde Prometeo hasta Adán y Eva. Desde hace unos siglos, las cosas han cambiado. No ha cambiado la condición, ha cambiado su narración. Dos penetrantes psicoanalistas y psicoterapeutas, Miguel Benasayag y Gérard Schmit, publicaron en 2003 un libro muy interesante sobre esta cuestión, La época de las pasiones tristes: “una sociedad que hace pensable todo lo posible está condenada a desaparecer”.
“Una sociedad que amplía constantemente , a ciegas, el campo de lo posible, se hunde inevitablemente en un mundo en el que ya nada es real, un mundo de virtualidad absoluta, es decir, de impotencia total. Los límites que toda sociedad se impone a sí misma, en forma de tabúes o mediante el recurso a lo sagrado, no son arbitrarios, aunque a menudo sean vividos como tales por el hombre de la era posmoderna, esto es, por el individuo consumidor convencido de que cuando quiere algo, sólo tiene que procurarse los medios para obtenerlo. Lo sagrado, que funda la sociedad desde el exterior y más allá del libre albedrío individual, aparece así al individuo de hoy como una tierra oscura que hay que conquistar”.Lo “sagrado” (cuyo “límite” representa la línea divisoria que fija y garantiza la alteridad) no es esencialmente una producción cultural, moral o religiosa, es un dato, un límite sin el cual la sociedad estalla (o implosiona en una miríada de reivindicaciones emotivo/sensoriales).
Las “pasiones tristes” que caracterizan la cultura postmoderna surgen no tanto de la conciencia del límite como del intento de eliminarlo antes de intentar su “correcta” superación (cuando ésta sea posible), o antes de encontrar su función en la definición de la propia identidad. “La experiencia de la no-omnipotencia constituye para cada uno de nosotros (y en particular para los niños y adolescentes) una experiencia de limitación positiva y fundamental. El desarrollo del ser humano no debe pensarse como una abolición de los límites naturales o culturales, sino, por el contrario, como una larga y profunda búsqueda de lo que esos límites hacen posible. La clonación, la elección del sexo del niño y las mil y una proclamas de la tecnología que preconizan un mundo sin fronteras y sin prohibiciones alimentan un imaginario que los jóvenes de hoy en día ya no consideran una promesa, sino un derecho”. La abolición del límite es la abolición del vínculo, que es la abolición de la persona.
Referencia: Pier Paolo Bellini en el número de julio de 2023 de Tempi.
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