jueves, 13 de junio de 2024

Ha sido destino de los franceses, vivir mal la victoria y la derrota

De Gaulle
Ha sido destino de los franceses, en el siglo XX, vivir mal la victoria y la derrota. Victoriosa en 1918, Francia no tuvo ni la fuerza moral ni la visión histórica, ni el talento diplomático, ni el crecimiento demográfico, ni la fuerza militar que le hubiesen permitido administrar duraderamente una situación de predominio en la Europa continental. Derrotada en 1940, no evitó ni la autoflagelación ni el desquite de la derecha contra la izquierda ante la mirada del enemigo, ni la iniciativa poco gloriosa, pero precoz y deliberada, de las medidas contra los judíos. En 1945 se encontró en una situación inédita; ni victoriosa ni derrotada o, mejor dicho, a la vez victoriosa y derrotada. Gracias a De Gaulle, a los ejércitos que este pudo reunir y a la resistencia interior, pudo obtener (penosamente, in extremis) un taburete ante la mesa de los vencedores, el día de la capitulación. Pero no estuvo presente en Yalta ni en Potsdam. Nadie olvida en realidad que capituló en junio de 1940, y que contribuyó solo marginalmente a la victoria final. Los franceses lo saben mejor que nadie. ¿Qué otro pueblo está más habituado a la fragilidad de la grandeza nacional y, por cierto, qué otro pueblo es más sensible a ella? Un déficit de gloria militar pesa desde 1815 sobre la historia de Francia. Sedán agravó esta frustración, pero Joffre y Foch vengaron Sedán. La derrota de la primavera de 1940 revive el sentimiento de humillación nacional llevándolo a un punto extremo El régimen de Vichy consagra este resentimiento, so pretexto de aliviarlo; la existencia de un gobierno francés bajo un protectorado alemán más o menos disimulado, y en gran parte sostenido por la opinión pública, limita el alcance del llamado del 18 de junio, y esto vale tanto para lo inmediato como para la historia. De Gaulle quiso conjurar la derrota provisional por medio de la participación de los franceses en la victoria final. Pero esa derrota, a la que Vichy le dio carácter oficial, son los estadunidenses y los ingleses, por no hablar de los rusos, del otro lado de Europa, quienes finalmente la han borrado, no los ejércitos franceses. La opinión pública nacional es gaullista en 1944, después de haber estado por Vichy en 1940, y esto es signo de que ha seguido la guerra, más que haberla ganado. El desplome de 1940 no fue borrado de su memoria por la victoria de 1944-1945, como Sedán había sido vengado por el Marne. De Gaulle permite no pensar más en ello, no olvidarlo, menos aún borrarlo, debido precisamente a que la necesidad de olvidar impide el olvido. Los franceses festejaron su liberación en agosto de 1944, pero la victoria del 8 de mayo de 1945 no hizo lanzarse a nadie a las calles. Francia sale de la guerra como una nación aún herida, guiada por su curandero.
Petain pasa revista a guardia de honor en el Pabellón Savinge de Vichy
En Francia los judíos son los grandes olvidados de la victoria. El antifascismo, cuando es de tendencia comunista, no tiene un lugar que asignarle a la masacre de los judíos, los comunistas no están dispuestos a ceder la primera fila en el odio a Hitler, pues lo han conquistado al precio de una ardua lucha. Por lo demás, en sus filas figuran muchos militantes judíos. En cuanto al antifascismo definido por su mínimo común denominador, a saber, el sentimiento democrático, acentúa por reacción el universalismo abstracto de la tradición francesa, que es ciega a la existencia de los judíos como colectividad particular a la hora en que esta particularidad se ha convertido en la piedra de escándalo de una persecución sin precedentes. Esta tradición ha hecho a los franceses especialmente indiferentes a la suerte de los judíos extranjeros en su tierra, y no se interesaron más, apenas, cuando salió a la luz la magnitud de la hecatombe judía en los campos de concentración. En su forma más general, esta masacre le sirvió de pretexto a los franceses para olvidar las leyes antisemitas adoptadas desde el otoño de 1940 por el gobierno de Pétain, y para imputar la responsabilidad de las deportaciones de judíos efectuadas desde Francia a los crímenes de la “colaboración”. De este modo, la metamorfosis imaginaria de la nación francesa en pueblo de resistentes antinazis contribuyó a oscurecer lo que la guerra tuvo de intereses filosóficos y morales.
Referencia:El pasado de una ilusión de François Furet

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