sábado, 1 de junio de 2024

El comunismo fue una entrega psicológica comparable a la de una fe religiosa

La presencia soviética en los asuntos del mundo era como un certificado de la presencia soviética en la historia del mundo.Ni siquiera los enemigos del socialismo imaginaban que el régimen soviético pudiera desaparecer, y que la Revolución de Octubre pudiese ser borrada; y menos aún que esta ruptura pudiese originarse en ciertas iniciativas del partido único en el poder.El universo comunista se deshizo por sí solo. Esto se puede ver en otra señal, esta vez diferida; solo quedan los hombres que, sin haber sido vencidos, han pasado de un mundo a otro convertidos a otro sistema, partidarios del mercado y de las elecciones, o bien reciclados en el nacionalismo. Pero de su experiencia anterior no queda ni una idea. Los pueblos que salen del comunismo parecen estar obsesionados por negar el régimen en que vivieron, aun cuando hayan heredado sus hábitos o sus costumbres.
Entre los escombros de la Unión Soviética no aparecen ni dirigentes dispuestos al relevo, ni verdaderos partidos, ni nueva sociedad, ni nueva economía. Solo se puede ver a una humanidad atomizada y uniforme, a tal punto que resulta demasiado cierto que las clases sociales han desaparecido. Incluso el campesinado, al menos en la URSS, fue destruido por el Estado. Los pueblos de la Unión Soviética tampoco han conservado fuerzas suficientes para expulsar a una nomenklatura dividida, ni siquiera para influir realmente sobre el curso de los acontecimientos.
La experiencia soviética constituye una de las grandes reacciones antiliberales y antidemocráticas de la historia europea del siglo XX, siendo la otra, desde luego, la del fascismo en sus diferentes formas.No fue algo parecido a un error de juicio, que con la ayuda de la experiencia se puede reparar, medir y corregir; más bien, fue una entrega psicológica comparable a la de una fe religiosa, aunque su objeto fuese histórico. La ilusión no acompaña a la historia comunista, escribe François Furet.



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