miércoles, 8 de diciembre de 2021

Ningún ordenador ayudará a un estudiante a desarrollar capacidades de análisis


Stoll, presentada de forma polémica y deliberadamente provocadora, es que la cultura del ordenador no puede ni debe sustituir a la cultura de la escritura, sino que debe colaborar con ella, como ancilla y no como domina. En su opinión, para que la escuela sea buena hace falta, por un lado, que haya enseñantes capaces de comunicar contenidos importantes; por el otro, alumnos dispuestos a aprender y, por tanto, a aceptar al máximo el compromiso y el esfuerzo que exige inevitablemente aprender. La enseñanza no puede reducirse a golpear un teclado ocho horas al día y al uso de instrumentos multimedia: “¿Queremos un país de estúpidos? Basta centrar en la tecnología el curriculum de estudios: enseñanza por medio de vídeos, ordenadores, sistemas multimedia. Tiéndase al máximo resultado posible en los test de comprobación estandarizados y quítense de en medio aquellas materias que no son de masa como la música, el arte y la historia. Tendremos un país de estúpidos”.Y prosigue: “Es fácil tomar por inteligencia la simple familiaridad con los ordenadores, pero saber manejar un ordenador no significa agudeza mental. E incompetencia informática significa aún menos estupidez”. No hay atajos para una instrucción de calidad, y parece más actual que nunca el viejo dicho de que vale poco lo que se obtiene sin esfuerzo. Transformar el estudio en diversión con los ordenadores significa para Stoll “despreciar las dos cosas más importantes que pueden hacer los hombres, enseñar y aprender”. Obsérvese que la comunicación mediante instrumentos informáticos no sólo no desarrolla, sino que reduce el sentido crítico. “No hay navegación en red que pueda remediar una falta de pensamiento crítico y de capacidad comunicativa. Ningún ordenador ayudará a un estudiante a desarrollar capacidades de análisis”. Los nuevos instrumentos de comunicación producen una sobrecarga cada vez mayor de información, que no somos capaces de asimilar, y que hace que nos acostumbremos y, en consecuencia, sintamos indiferencia incluso ante las situaciones más trágicas.

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