viernes, 24 de diciembre de 2021

La noción que Felipe II era un rey enclaustrado es pura leyenda

Felipe II

Felipe II fue, después de su padre, el emperador, el monarca más viajero de la historia de España. Fernando e Isabel habían recorrido extensamente los reinos españoles. Fernando conocía también el Mediterráneo e Italia. Pero Felipe los superaba a ambos en la suma total de sus viajes por la Península y Europa occidental. Ningún soberano de la época viajó más que él. En comparación, los monarcas coetáneos más prominentes, como Isabel de Inglaterra y Enrique IV de Francia, nos parecen verdaderamente sedentarios. No existe ningún dirigente español de los tiempos modernos (salvo el emperador Carlos V) que tuviera mayores conocimientos directos sobre la geografía, la topografía, la meteorología y el entorno humano del norte de Italia, Europa central, Renania, los Países Bajos e Inglaterra; todos ellos territorios clave del panorama político europeo. Cuando pedía a artistas como Wijngaerde que dibujaran paisajes urbanos, solían ser ciudades que conocía personalmente y que había visitado por lo menos una vez. ¿Qué otro soberano europeo podía, al igual que él, ofrecer un juicio informado sobre las vistas de Londres, Amsterdam o Milán? De todas las grandes naciones, la única que no recorrió fue Francia, aunque efectuó breves visitas a su costa mediterránea. Había conversado cara a cara, y en sus propios países y su propio entorno, con los príncipes protestantes que apoyaban la reforma alemana, con los líderes de la nobleza neerlandesa y con la princesa Isabel de Inglaterra. Pocos jefes de Estado han tenido el privilegio de conocer de cerca, e incluso íntimamente, a aquellos que en un momento dado habían de convertirse en sus más feroces enemigos. Felipe los conocía a todos. La noción de un rey deseoso de encerrarse en España es pura leyenda.

Felipe II 

Las múltiples imágenes del rey, omnipresente en todos los torneos de caza en la Selva Negra o en los bosques de Baviera, en los bailes de Binche, Milán y Barcelona, en las justas del gran patio del palacio de Westminster o del castillo de Mariemont, a bordo de embarcaciones por los ríos Rin y Danubio, en las comidas campestres de Hampton Court o de los lagos de Valencia, se contradicen con la idea ampliamente aceptada de un monarca que deseaba huir del mundo para enterrarse en el Escorial, sumergirse en su trabajo y negarse a sí mismo los placeres mundanos. La noción de un rey sombrío y melancólico contrasta tan abiertamente con los documentos disponibles que cabe desconfiar de los autores que no solo evitan citar dichos documentos, sino que, además, hacen aserciones carentes de fundamento.Siempre estaba activo. Al igual que a sus antepasados los Reyes Católicos, le gustaba viajar.La imagen de un rey enclaustrado es simplemente una leyenda.


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