miércoles, 12 de julio de 2023

Devotos y trotamundos en el Imperio Romano

Santa Elena

Santa Elena, la madre del emperador Constantino, desenterró, en el año 326, la Vera Cruz, el madero mismo de la Pasión de Jesús, en la cripta de un templo romano erigido a Venus por Adriano, en las cercanías del lugar que la tradición fijaba como escenario de la Crucifixión.El Santo Sepulcro y otros santuarios, que se convirtieron a partir de entonces en meta de peregrinos. Estos pronto llegarían en tropel desde todos los rincones del Imperio. Tantos y tan variopintos que algunos Santos Padres más cascarrabias llegaron a quejarse de tanta y tan ruidosa afluencia. Esta riada de devotos y gyrovagui (trotamundos) era posible entonces por dos cosas esenciales para viajar, la pax romana y la red de calzadas del Imperio. Aunque la olla imperial estaba en plena ebullición, a punto de explotar, la autoridad de Roma sujetaba la situación incluso en los bordes o límites más remotos. En aquellos confines con el mundo bárbaro, una estratégica red de guarniciones militares (castelli, castra) proveía de soldados para escoltar los desplazamientos por los loca suspecta (lugares peligrosos), acechados por tribus nómadas. Y junto a la seguridad garantizada, la red viaria; una tupida urdimbre de calzadas, orgánicamente jerarquizadas, constituía lo que entonces se llamaba cursus publicus o ager publicus, es decir, la red de vías (unos ochenta mil kilómetros) que seguían las legiones, las postas y algunos comerciantes.

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