martes, 25 de noviembre de 2025

El totalitarismo concibe la lucha política como una despiadada guerra de aniquilamiento


En las palabras de Trotski y de Goebbels encontramos el rasgo diacrítico esencial del totalitarismo; el deseo de producir un cambio totius substantiae de la realidad. Lo cual convierte al totalitarismo en una revolución permanente animada por una hybris cuyo radicalismo es tal que puede definirse como satánica. En efecto, es propio del diablo querer imitar a Dios. Mas para ocupar el lugar de Dios como (re)creador del mundo es preciso “destruir todo lo que existe a fin de poder disponer de la página en blanco”, según la imagen de Mao, para escribir una historia totalmente distinta de la historia pasada. De ahí que el totalitarismo, dice Luciano Pellicani, conciba la lucha política como una despiadada guerra de aniquilamiento que debe afectar a toda la vida social, instituciones, valores, ideas, costumbres, sentimientos, etc. Nada del viejo mundo, corrompido y corruptor, debe quedar en pie, tal es la condición previa de la construcción del mundo nuevo y del hombre nuevo. De ahí el radical nihilismo del totalitarismo. Un nihilismo proclamado claramente por los fundadores del bolchevismo y el nazismo que precipitaron a Europa en el torbellino de la que justamente ha sido descrita como una “guerra civil ideológica”.
En un artículo publicado en vísperas del Gran Salto, Mao dijo estar seguro de que 600 millones de chinos “puros pero inmaculados” constituían una excelente base de partida para la transformación revolucionaria de la sociedad, ya que “sobre una hoja de papel limpio no hay manchas y así pueden escribirse las palabras más bellas y más nuevas, se pueden pintar las imágenes más bellas y nuevas”. 

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