Los llamados “delitos de odio” se han convertido en un instrumento de control ideológico. En lugar de proteger la convivencia, el poder político los utiliza para silenciar voces disidentes. Como bien señalan muchos juristas, el concepto de “odio” es tan vago que puede aplicarse arbitrariamente a cualquier opinión que incomode al sistema.Mientras se criminaliza la defensa de la fe católica, se promueve una ideología laicista y relativista que margina toda referencia a Dios.

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