Fabio Geda escribe en En el mar hay cocodrilos: Naces en Afganistán en el lugar equivocado y en el momento equivocado, puedes estar seguro que aunque seas un niño ágil como una cabra puede haber alguien que reclame que tu vida le pertenece. Sobre todo si tu padre muere mientras trabaja para un hombre poderoso y la mercancía del camión que conducía se pierde. En ese caso, puede que, para evitar que te capturen, tu propia madre te diga que tenéis que salir de viaje y te lleve a Pakistán, donde, tras hacerte prometer que te convertirás en un hombre de bien, te abandone a tu suerte.
A los diez años, incluso si tu madre, antes de dormirte, te ha cogido la cabeza, la ha estrechado contra su pecho un rato largo, más largo que de costumbre, y ha dicho que tres cosas no debes hacer jamás en la vida, Enai jan, por ningún motivo. La primera es tomar drogas. Algunas tienen un olor y un sabor bueno y te susurran al oído que sabrán hacerte sentir mejor de como nunca te sentirás sin ellas. No las creas. Prométeme que no lo harás. Prometido. La segunda es usar armas. Aunque alguien dañe tu memoria, tus recuerdos, tus afectos, insultando a Dios, a la tierra, a los hombres, prométeme que tu mano jamás empuñará una pistola, un cuchillo, una piedra, ni siquiera un cucharón de madera para el qhorma palaw, si ese cucharón de madera sirve para herir a un hombre. Promételo. Prometido. La tercera es robar. Lo que es tuyo te pertenece. Lo que no es tuyo, no. El dinero que te haga falta, lo ganarás trabajando, aunque el trabajo sea fatigoso. Y nunca engañarás a nadie, Enai jan, ¿verdad? Serás hospitalario y tolerante con todos. Prométeme que lo harás. Prometido. Sí. Incluso si tu madre dice cosas como éstas y luego, levantando la mirada hacia la ventana, empieza a hablar de sueños sin dejar de hacerte cosquillas en el cuello, de sueños como la luna, a cuya luz es posible comer, por la noche, y de deseos, que siempre hay que tener un deseo ante los ojos, como un burro una zanahoria, y es en el intento de satisfacer nuestros deseos donde encontramos la fuerza para volver a levantarnos, y que si un deseo, cualquiera que sea, se tiene, en alto, a un palmo de la frente, entonces vivir valdrá siempre la pena.

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