sábado, 22 de noviembre de 2025

Europa se está suicidando


“Europa se está suicidando. O al menos sus líderes han decidido que se suicide”. Con estas palabras comienza el escritor Douglas Murray La extraña muerte de Europa, (Identidad, inmigración, islam), libro-reportaje que estuvo veinte semanas en la lista de best sellers del Sunday Times, cuando se publicó en Reino Unido en 2017. Las causas de ese suicidio son, expone el autor, la caída de la natalidad, la inmigración masiva, particularmente musulmana, y la falta de fe de Europa en su herencia religiosa y cultural.
El exsenador socialista Thilo Sarrazin que en su libro Deutshland Schafft Sich Ab (Alemania se abole a sí misma) advertía que la baja natalidad de los germanos y la inmigración musulmana estaba transformando la naturaleza de la sociedad alemana. Y pone diversos ejemplos de la “gran sustitución”, como el de Londres, donde solo el 44% se considera “británico blanco” o el de Austria, donde a mediados de siglo, la mayor parte de los menores de quince años será musulmana. El proceso, explica Douglas Murray, comenzó después de la Segunda Guerra mundial, cuando Europa necesitaba mano de obra y la trajo de lo que habían sido sus colonias en África y Asia. Gran Bretaña se llenó de pakistaníes e hindúes; y Francia de argelinos, marroquíes, subsaharianos. Alemania, por su parte, se pobló de trabajadores turcos. Posteriormente y debido a la caída de la natalidad, Europa admitió nuevas oleadas migratorias y una vez comenzado el flujo ya no se pudo parar. Pensaron los gobernantes europeos que los trabajadores invitados  terminarían regresando a sus países. Pero no fue así, y a partir de los años 70 trajeron a sus familias, y comenzaron a llegar otros muchos sin contrato de trabajo, atraídos por el generoso sistema asistencial y por la certeza de que quien pone pie en Europa termina quedándose. Medio siglo después, el Continente no solo cambió su fisonomía (las lluviosas y frías calles se llenaron de gentes vestidas con ropa propia de las arenas de Arabia) sino también sus costumbres, y los migrantes, singularmente los musulmanes, no se integraron, sino que continuaron fieles a su concepción del mundo.
Desde finales del siglo XX, los gobiernos europeos mantuvieron sus generosas políticas migratorias, justificándolas mediante diversos argumentos que el autor desmonta en el capítulo Los excusas que nos damos. El primero es el beneficio económico que reporta al país receptor. Los inmigrantes, se decía, vienen a pagarnos las pensiones. No fue así en el caso del Reino Unido; según un informe de la University College London, los inmigrantes llegados entre 1995 y 2011 habían costado más de 100.000 millones de libras a los contribuyentes británicos. Los beneficios económicos producidos por la inmigración favorecen casi únicamente a los propios migrantes y son éstos quienes pueden acceder a unos servicios públicos por los que no habían tenido que pagar. Con mucha frecuencia, alega Murray, envían el dinero que ganan a las familias que viven fuera del país receptor, en lugar de servir a la economía local. Sin olvidar que no suele haber un control riguroso sobre los destinatarios de las ayudas estatales. Resulta llamativo que los autores de varios atentados terroristas en Bélgica las estuvieran recibiendo; y que el sospechoso de ser jefe de los ataques de París de 2015 hubiera estado cobrando ayudas al desempleo por valor de 19.000 euros, con lo que la sociedad europea se convertía en la primera de la historia que pagara a criminales para que la atacaran, sentencia Murray.

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