sábado, 15 de noviembre de 2025

Nada en el mundo está destinado a perdurar


Escribe el filósofo Zygmunt Bauman en Vidas desperdiciadas que “nada en el mundo está destinado a perdurar, y menos aún a durar para siempre. Con escasas excepciones, los objetos útiles e indispensables de hoy en día son los residuos del mañana. Nada es realmente necesario, nada es irreemplazable. Todo nace con el sello de la muerte inminente; todo sale de la cadena de montaje con una etiqueta pegada de fecha de caducidad; las construcciones no comienzan a menos que se hayan concedido los permisos para la demolición (si fuese necesaria), y los contratos no se firman a no ser que se establezca su duración o se permita su terminación en función de los riesgos del futuro. No hay pasos ni elecciones definitivos ni irrevocables. Ningún compromiso dura lo suficiente como para alcanzar un punto sin retorno. Todas las cosas, nacidas o fabricadas, humanas o no, son hasta nuevo aviso y prescindibles. Un espectro se cierne sobre los moradores del líquido mundo moderno y sobre todas sus labores y creaciones, el espectro de la superfluidad. La modernidad líquida es una civilización del exceso, la superfluidad, el residuo y la destrucción de residuos.”
“Nosotros, los seres humanos, sabemos que somos mortales, que estamos destinados a morir. Resulta difícil convivir con este conocimiento. Vivir con semejante conocimiento sería completamente imposible de no ser por la cultura. La cultura hace más que eso, consigue redefinir de algún modo el horror ante la muerte como una fuerza motriz de la vida. Moldea la significatividad de la vida sobre la base de la absurdidad de la muerte. Tal como señala Ernest Becker, “la sociedad es un mito viviente del significado de la vida humana, una creación desafiante”.”

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